Liza Minnelli cantaba eso de “Money,
Money...” en la película Cabaret en 1972.
De esta canción se traduce:
El dinero
hace que el mundo gire,
el tintineo, un ruido metálico sonido
dinero, Dinero, dinero, dinero,
Dinero, dinero, dinero, dinero,
Obtener un poco, consigue un poco,
Dinero, dinero, dinero, dinero,
Marcos, yenes, un dólar o la libra,
Que tintineo, un ruido metálico sonido sordo
es todo lo que hace girar el mundo,
Se hace girar el mundo
el tintineo, un ruido metálico sonido
dinero, Dinero, dinero, dinero,
Dinero, dinero, dinero, dinero,
Obtener un poco, consigue un poco,
Dinero, dinero, dinero, dinero,
Marcos, yenes, un dólar o la libra,
Que tintineo, un ruido metálico sonido sordo
es todo lo que hace girar el mundo,
Se hace girar el mundo
Tan fácil, tan sencillo, tan simple.
El dinero hace que el mundo gire. Tan fácil, tan sencillo, tan
simple. El dinero hace que nosotros giremos a su antojo.
Hace siete años me dieron un gran
consejo y además no me cobraron por ello. En los ojos, en la cara de
aquella mujer que me miraba y me hablaba como si sus palabras fueran
las últimas que dijera un sentenciado a muerte momentos antes de ser
ejecutado, se desprendían la más pura convicción y verdad que
jamás haya escuchado nunca.
Momentos antes me pidió que por favor
avisara a una enfermera en su ausencia si notaba el más mínimo
movimiento de su marido. Me miró, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Enmudeció rápidamente sus llantos con un pañuelo sobre su boca. Y
salió de aquel box de la UCI.
No pasaron ni tres minutos, ella
regresó y se quedó estática frente a la cama de su marido. Quieta,
sin pestañear, casi sin respirar. La mirada fija a una de las
maquinas que emitía pitido intermitente pero cruelmente constante.
En esos tres minutos de ausencia pareciera que hubiera envejecido
siete años.
No sé el tiempo que estuvimos así.
Ella mirando impasible a su marido y escuchando aquel sonido
constante que se dibujaba en forma de gráfico en una de las maquinas
que rodeaban el cabecero donde yacía este. Y yo, yo era espectador
de como una persona se deshacía en pedazos por dentro. El escenario
de aquel horror era la cara de aquella mujer, aquel gesto que no he
visto nunca en otra persona, aquella mirada vacía. Sus ojeras
infinitas, donde se perdieron las horas y los días del calendario,
los labios sumidos en busca de saliva que suavice el tragar, las
manos apretadas, una y otra vez, estrangulando y asfixiando un
pañuelo de papel hecho trizas. Allí estaba inmóvil como una hoja
caduca antes del primer soplo otoñal.
-Se cae, se desmaya en cualquier
momento-, pensé mientras la miraba fijamente.
En un gesto mecánico aquella mujer
descubrió la cortina para mostrarme al herido compañero de la UCI.
Del interior de una sabana blanca
salían varios tubos trasparentes conectados a botes de sueros
colgados en perchas como murciélagos de cristal. Un gran panel
sobre el cabecero, con luces, pitidos y fuelles que insuflaban
oxigeno asistido. Imposible distinguirle la cara a la persona que
estaba allí tendida, un tubo traqueal, la mascarilla, la cabeza
vendada.
-Este es mi marido Andrés, y lleva
casi cuarenta horas despertándose del coma asistido por las grandes
heridas que tenía. Creo que ese maldito remolque se lo ha cargado.
No dije nada, no me salieron las
palabras. Estupor, incredulidad. ¿Como podía seguir vivo?
La mujer cerró de nuevo la cortina, y
esta vez se quedó a mi lado.
-He visto a tus hijos ahí afuera, son
pequeños y se te parecen mucho- me dijo con voz suave, mientras
posaba sus manos en mi hombro.
-Por favor no dejes que el dinero te
separe de ellos, vive.
Volvió al otro lado de la cortina,
junto a su esposo, y ya no la oí decir una palabra nunca más.
Creo que pasé unas treinta horas más
allí, consciente, viendo entrar y salir constantemente médicos y
enfermeras, con poses dulcificadas, alentándome, protegiéndome,
esperando el siguiente infarto, infarto que no se repitió más,
afortunadamente.
Me comunicaron que me pasaban a planta,
pero en el box de Andrés nadie hablaba, solo colgaban más bolsas de
sangre y más sueros de sedantes, solo aquel pitido constante de la
maquinas y el fuelle de oxigeno atronaban ese rincón.
Me encaminaba hacia la habitación de
la planta. Un celador empujaba desde la cabecera de mi cama, una
enfermera me felicitaba. La mujer de Andrés paró en seco la
camilla. Me cogió la mano y sentí en mi interior como me repetía
aquellas palabras que treinta horas antes me dijo a mi sólo.
Mi mano se aferró a ella cada vez más.
Y puede sentir y comprobar todo aquello a lo se refería esa mujer.
Ese apretón de manos me llevó, hasta
las cuchillas del remolque del tractor de Andrés, cuchillas que
servían para cortar la dura tierra y casi la vida de aquel hombre.
También vi la soledad de sus hijos esperando día tras día a su
padre. Vi el codazo que todos los sábados y domingos le deba a su
marido a las seis de la mañana para que se fuera al campo a
trabajar. Vi otra escritura de otro trozo de tierra cada vez más
lejos de su hogar, cada vez a más horas de su casa, de sus hijos.
Vi como ya no se arreglaba para su marido. Vi como la ropa de trabajo
poblaba el tendedero de la terraza. Vi que las navidades acababan
antes para ellos, que los demás seguían y Andrés y su familia se
retiraban pronto, - “el campo no sabe de fiestas”- esa era la
coletilla con la que Andrés se despedía antes de tiempo siempre. Vi
como firmaron unas “Preferidas” o algo así, ¡¡ da igual Andrés
firma, te lo ha dicho el director de la Caja !! Vi como Andrés no
vio crecer a sus hijos, y tampoco tenía claro en que calle vivían
ahora. Vi como impasible cambiaba de canal, buscando las noticias del
dichoso tiempo, sin pestañear al ser informado que iba a ser abuelo.
En ese apretón de manos vi
compadecerse por ese sacrificio de vida con sus ojos ansiosos y
envenenados por introducir otra moneda más en la hucha.
Pero también me enseñó las últimas
palabras que Andrés le dijo a su mujer antes de entrar en el
quirófano. A pesar de la sangre que le brotaba como una fuente por
todo su cuerpo. Andrés tuvo arrestos de preguntarle a su mujer .
-¿HA VALIDO LA PENA VIVIR DE ESTA
MANERA?, POR FAVOR DIME QUE SI.
Vi como el alma de esta mujer se
marchitó en ese momento, como su sombra la abandonaba, y aquella
mueca de sonrisa que de vez en cuando le aparecía en la cara,
desapareció también.
De aquello han pasado ya siete años, y
parece una vida, parece que fue un sueño que tuve.
Cada vez que salgo ha correr por la
tardes me contenta imaginar que Andrés acompaña a sus nietos todos
los días al colegio. Que se disfrazó de cubilete de parchís en
carnavales, y que cambió las tierras por un apartamento en la playa
para juntar al menos quince días al año a toda su familia y disfrutar de ellos haga el tiempo que haga.
Pero aquel sueño efímero de hace
siete años me despierta cada mañana. Y me hace correr a diario y
cuidar este estropeado corazón mio, y estar todas las horas que
pueda junto a mis hijos. No tengo patrimonio alguno, tampoco lo
tendré. No me preocupa nada. Tengo invertidos todos mis ahorros en
las acciones más costosas y más deseadas por todos los mercados
financieros, yo soy el mayor accionista en tener todo el tiempo del
mundo para mi familia y, para mis amigos y amigas. Y Andrés, por
desgracia, tiene el mejor ramo de flores del cementerio.
Como dice la canción....”Money. Money...el dinero hace que el mundo gire, (pero a su antojo)...”
….......Buenas noches vecinas y
vecinos.