domingo, 30 de marzo de 2014

¡¡ ESPERAA...!!


Hace días que no veo la televisión. El jazz de Chalie Parker suena a llanto amargo. Se acabó el tabaco, y ahora fumo esos puros rancios de bodas olvidadas en cajones olvidados. El cubo de basura se ha perdido dentro de más basura, basura que se desparrama por el suelo de la cocina, que se apoya en los muebles he intenta, como una montaña, llegar arriba, a la encimera. Encimera repleta. Encimera atiborrada, que como un diario, describe fielmente la decadencia de los últimos veinte días en este piso.
Ya huele en esta casa, ya el olor pesa. Ya las comisuras de mis labios están resecas y agrietadas, y en mi lengua no hay humedad alguna.
Resoplo, jadeo torpemente. Al final de mi respiración se oye la asfixia, como un fuelle roto. No sé si es de día o de noche. La luz del sol no entra en el piso. La bombilla de la salita parpadea impertinente, como si tuviera un tic nervioso, y me daña los ojos, pero no puedo apagarla, me da miedo la oscuridad.

Este debe ser el principio de la soledad, o el final de mi vida.

 
Aquella madrugada oí y conté todas las horas de la maldita campana de la iglesia. Aquellas campanadas de las cinco de la madrugada fueron crueles e interminables, infinitas.
El lado de tú cama estaba vacío. Con tú hueco ahí, cruel y callado, frío como el mármol de un nicho. No estabas ni a las tres ni a las ocho de la mañana. No estabas en toda la noche. Y te busqué, te busqué desde hacía horas. Desde ese mediodía que tú adiós se ahogó envuelto en aquel portazo, portazo sin una mirada atrás, sin ninguna palabra.


Me fumo las colillas de los ceniceros improvisados que pueblan ahora todo mi hogar. Mi hogar huérfano de ti desde hace días. Me quemo los dedos al intentar encenderlas. Me arde el corazón. Me pesan los tobillos de arrastrar lo pies que han abierto un surco ya por estas baldosas, pasillo, cocina, salón. Vuelta a empezar. Pasillo, cocina, salón.

Y tú no estás, no llamas, no te veo en tú lado de nuestra cama. No te siento en mi boca, en mis labios. No recuerdo tu sabor.


Aquella noche, a las 6.45 h, ya llevaba cuatro cafés y el lado de tú cama aún estaba vacío. Me arrastré al trabajo ese día por inercia, por puro hipnotismo de la rutina. Los apuntes contables se perdieron en un limbo. Y el móvil no me traía noticias de ti. No sirvió de nada clavar mis ojos en aquella pantalla durante horas, durante días. Tú no estabas. Y mi intuición se vistió de duda, de incertidumbre. Se vistió de mal presagio. Y joder, no suelo fallar en mis presentimientos.


La nevera solo enfriaba la desolación. Nada, ni un trozo de miseria que echarse a la boca. Tan solo dos cigarrillos, apagados, retorcidos, fríos, fumables aún.
Me convencí que esa iba a ser la última llamada que te haría. Miraba al espejo, los ojos encendidos, aquel respirar asfixiado. Si, te llamaría por última vez y, pasara lo que pasara volvería a la vida, con todas sus consecuencias.
 
Llevo veinte días sin saber nada de ti. Y me temo lo peor.


Cuando llegué a casa, le dabas vueltas con la cuchara a una sopa espesa y medio muerta. No levantaste los ojos del plato. A mi no me salían las palabras. Me senté a tú derecha, como siempre, como en nuestra cama, como en tú coche. Mi rodilla tocó la tuya bajo la mesa y, se quedó allí un rato, junto a ti. Yo no hablaba, pero mi rodilla te tocaba.
Levantaste la cabeza lentamente, tus ojos mudos se posaron en los míos, vidriosos, cristalinos. Dejaste escapar una lagrima que saltó al cuenco de sopa.
Todavía oigo el portazo y mi voz gritando: -¡¡ESPERAA...!!- revotando por el pasillo.

Comencé entonces a llamarte, a recordarte. A perderte.


La frente pegada en el frío espejo. Vi por el interior de mis ojos, vi el dolor. Y te llamé por última vez.

El teléfono en el oído y aquellos pitidos incasables, una y otra vez, una y otra vez, como los latidos que no quieren parar en mi corazón. Y el silencio gritando por aquel pasillo por aquel hilo telefónico. - ¡¡ESPERAA...!! revotaba por el pasillo, por mi cabeza. No estabas, y nunca estarás jamás.

Engañarte con aquella desconocida un mes atrás, fue el error más grande que he cometido. Y estoy pagando las consecuencias....
 
 
....feliz noche vecinas y vecinos.....

lunes, 3 de marzo de 2014

CAMINANTE





        CAMINATE

 
Camino mirando al frente, siempre. Con la obcecación del burro blanco que va por la misma senda día tras día.

Camino mirando al frente y con una sonrisa, siempre, con la misma sonrisa, -maldita sonrisa-. Y no lo puedo aguantar.

Llevaba razón d. Antonio en aquello de:
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante no hay camino, se hace camino al andar”
 
Y nada más.

Me he llenado los bolsillos de las chucherías que me hacen falta para dar un paso, y otro, y otro más. En mi mochila, las estrellas para no estar solo. Mi familia, mi bastón. El sol y la luna son las lentes de mis gafas. Y mis botas. Ay mis viejas botas..!! Mis botas recauchutadas de años y asfixias. Mis botas, sin huellas ya, pisando cada vez más lentas. Mis botas, las más sabías de todos los que me rodean, porque callan y miran, porque callan y aprenden, porque callan y ofrecen. Porque callan.
Camino mirando al frente, siempre. Y ese repecho se hace interminable y ya no pica hacia arriba, ya pica hacia el infierno.

Caminar y respirar a la vez se me atraganta y, el resoplar se convierte en crónico segundo a segundo. Con la sonrisa, siempre, con esta maldita sonrisa incrustada en mi piel. Como un mal tatuaje.

Camino mirando al frente buscando el sol, buscando robarle esa alegría, buscando robarle la luz para alimentar esta alegría, esta sonrisa. Sin importarme nada que lo desgaste, que lo derrita en mi afán de alegrarme, de alegrarte.
Me asfixio por momentos. Harto de caminar y de sonreír. Cada vez más vivimos en la oscuridad aunque le estemos robando la luz al sol, ¿para qué?, ¿por qué?, ¿vale la pena?
Seguiré caminado todavía por el bien de este ahogo que me ahoga, pero dejaré mis botas descansar, las pondré en un altar para que me guíe, para que me cuente las cosas importantes.
 

“Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante no hay camino, se hace camino al andar”
 
Y nada más.

Esas fueron las primeras palabras de mis viejas botas.

Y miré atrás, y el sol nacía otra vez, y dejé de sonreír, y comencé a respirar, y mi corazón es una caja de música.
 
 
 
 

Feliz noche vecinas y vecinos.