viernes, 23 de agosto de 2013

EL DIFICIL ARTE DE ESCRIBIR




Mi relato corto lleva ya más de 50 páginas, y el híper-breve va por el tercer volumen.

En mi novela de amor había, dos niños rubios, un jardín con valla, ella morena, él rubio con los ojos azules y hasta el director del banco hacía un reverencia cada vez que se cruzaba con los señores Marquez Romero.
Esa novela acabó en los juzgados. El juez sentenció: Un niño con la mujer morena, y el otro, con el hombre rubio. La casa, que tantas páginas me costó construir, repleta de amor, de sexo, de pan tierno por las mañanas, de emoción por el dormitorio del primer niño, por la alegría de la ansiada litera para el segundo. Esa casa. Esa casa se malvendió por un precio ridículo a un usurero.
 -”Sin solución”- dijo el abuelo de los niños.
Esa novela de amor duerme bajo siete llaves en el último cajón de mi escritorio y que no vea la luz nunca.

Mi texto bélico, donde después de una encarnizada guerra entre hermanos y primos. En la que los tanques y las bombas salpicaban casi todas mis páginas impares. Que este texto estaba estudiado y definido hasta el más mínimo detalle. Donde el final de cada capitulo no tenía nada que ver con el principio del siguiente. Consejos y técnicas de la carrera de escritor que durante treinta años estudié. Ese texto de guerra duró cuarenta años, cuarenta años de dictadura. El texto era de color gris ceniza, con las tapas negras, y con un final cada vez más trágico y oscuro.
A ese texto le prendí fuego, creo que hoy aún arde en el rincón de mi estudio.

Agarré dos enamorados y los rellené de almíbar, cenas románticas, guindas de pastel, futuros bajo el arco iris. Los adorné de pétalos de rosas, de olor a jazmín, de lunas radiantes, de amaneceres abrazados, de anocheceres enroscados.
Él, creo que ya es por fin funcionario de prisiones. Esta crisis lo encerró en un dormitorio durante cuatro años enfrascado en unas oposiciones imposibles. De ella os puedo contar: que cuatro años son muchos años esperando tras la puerta a que llegue un examen. Que es cajera de un súpermercado, y se enamoró perdidamente del reponedor de lácteos, del jefe del departamento de electrodomésticos pequeños. Y cuando ya creía que iba ha pasar por el altar con el espectacular y formal encargado del turno de mañana, Susana, la cajera de la caja número 3, su más intima amiga. Le confesó entre lágrimas que tuvo una relación con el encargado del turno de mañana a sus espaldas.
Vomité y lloré durante tres días después de estas páginas. Creo que este folletín romántico está guardado dentro de una subcarpeta de una subcarpeta con el titulo “Nichos de Palabras”.

Hace unos días, cómo si un rayo que taladrara mi cabeza, comencé a escribir poseído por mil escritores/as.

Imaginé una ficción, una trama turbia que moverían los cimientos de una civilización. Imaginé como la avaricia de unos pocos, pudieron con la bondad de un pueblo entero. Tejí una trama de corruptelas, sobornos, engaños. Creé personajes encorbatados, con maletines y bolsas de basura repletas de dinero. Este dinero se movía en los maleteros de coches oficiales, ocultos tras unas facturas de compras de obras de arte de mentira. ¡Menuda trama!, páginas y páginas escritas sin tan siquiera respirar. Monarquías corruptas. Ayuntamientos de pueblachos como excusas para alimentar egos de personajes sin escrúpulos, dispuestos a dinamitar a sus conciudadanos por la droga del dinero. Amaños millonarios con fondos públicos en la mesa de un bar cutre y grasiento. Palacetes, yates, aeropuertos sin aviones, museos que no guardan nada. Todo estaba envenenado, todo olía a avaricia y sed de poder, a alcantarilla. Fui capaz de crear corazones sin sangre, podridos, corazones envidiados por el mismo demonio. Escribía y escribía sin parar. Cien, mil, dos mil páginas seguidas, ya tendría tiempo de desbrozar, de quitar, de cambiar. Ahora era tiempo de desparramar ideas. Jueces comprados, jueces vendidos, altos cargos políticos que se dejaban untar por una miseria, que se ocultaban en las sombras para cambiarse cromos de ideales políticos, que se resguardaban tras los sentimientos del pueblo para engordar sus atiborradas cuentas bancarias.

¡Qué historia, qué nudo! Con qué sutileza hilvanaba las tramas, las corruptelas, los personajes.

La justicia no existía, el malo era bien visto, el bueno estaba repudiado. Creé la antítesis de una sociedad utópica en dos minutos y en dos mil páginas. Todo valía, todo servía. Pero tenía que ir buscando un final. Tenía que hallar el desenlace de esta trama de este nudo corredizo que no paraba de crear.

Me levanté de mi silla coja de tres patas, y respiré.

A mi memoria, Tolkie y su“Mordor”. ¿Cómo pararía él ese mundo?, o Lewis Carroll y su madriguera de conejos. Escritores/as que fueron capaces de crear mundos diferentes, mundos opuestos a este, escritores que como yo, fueron capaces de crear unas realidades envidiadas, ficcionadas. Pero debía de parar ya, como buen escritor, debía de ponerle fin a esta gran obra de ogros vestidos de vecinos. ¡Qué existo, seguro!.

Salí de casa después de varios días escribiendo, paseaba sin saber por donde andaba, miraba a través de ojos inyectados en palabras, respiraba con dificultad por la emoción, por fin escribí el libro que me alzaría, me encumbraría en lo altares de la literatura, por fin creé ese mundo que cada escritor/a quiere sacar de sus entrañas.

En un gesto automático, mecánico, compré el periódico del día.


Mi gran obra yace ahora en el suelo de la cocina. Desparramada, tragando agua sucia de los platos apilados que tiré de rabia tras leer la portada de ese diario.


Ya de madrugada volví a mi silla coja de tres patas. Abatido y resignado decidí escribir una poesía de amor.

Me arranqué el corazón, y lo puse en lo alto del escritorio, en aquella mesa, entre el taco de papel y la pantalla del ordenador.


                             “DEJÓ DE LATIR”...


el difícil arte de escribir....la realidad supera con creces la ficción.

 

Qué tal vecinas y vecinos. Un tirón de orejas para todos los que minusvaloramos aquello que leemos y otro tirón de orejas para aquellos que minusvaloramos al sentarnos y escribir.

Respeto por la literatura, es un oficio duro que se convierte en ARTE.


Besos y abrazos....os los repartís a discreción, hay para todas y todos... 

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