domingo, 26 de junio de 2011

CAPITULO - 4




Dormía profundo, un hilo de saliva le goteaba tímida pero cansinamente por la comisura de sus labios hasta el cojín. Cómo ese sueño, pocos, cómo esa noche en aquél sofá, pocas.
Tan repentino y agradable le pilló el sueño, que no le dio tiempo ni a subir hasta la habitación. Ni se movía, sólo un ronquido crónico y devastador rompía la soledad muda de la estancia.
Prefería aquél sofá quinceañero con el molde de su silueta incrustada entre aquellos cojines rancios, a la cama de achuras matrimoniales que un día compró si saber por qué.
La melodía del móvil sonó al menos en tres ocasiones antes de que el Llanete se enterará.

            — ¡ Tío ! ayúdame.

Le contestó con una voz gutural nacida desde lo más hondo del estomago...                  — ¡Eeeeeeho! —  y siguió con su cara incrustada en el cojín.

            — Si mañana te llama mi mujer, le dices que he pasado la noche contigo.

El Llanete no se movió un ápice, cerró la conversación esta vez con una cacofonía afirmativa algo más aguda que antes... — ¡ Iiiihiihi ! —

Colgó mecánicamente el aparato, aún con los ojos cerrados giró su cabeza hacia el fondo del sofá, las dos horas de babas se las llevó en las mejillas sin inmutarse.
Los días del Llanete comienzan casi al alba y se despertó del tresillo con la cara pegadiza y la boca pastosa. Andaba por el pasillo medio sonámbulo gesticulando y manoseándose la cara en busca de algo extraño. Otra vez el teléfono sonó, lo oyó indiferente, una, dos, tres, hasta cinco veces cantó la banda sonora del móvil. La insistencia de las llamadas y la hora temprana que era, le removió un poco la preocupación. A través de un ojo semi abierto vislumbró el nombre de Raquel en la pantallita azul del teléfono.

            — ¿ Iiiiihiihii ?
            — ¿ Oye y Paco, está contigo?

Tardó al menos doce segundos en reaccionar y responder. Paco, el nombre de Paco le sugería algo. Paco, por qué le venía ese nombre a la cabeza. En esos doce segundos de silencio el Llanete hiló un especie de sueño con una llamada de teléfono. Si, en sólo doce segundo nuestro superhéroe fue capaz de reaccionar.

            — ¡ Eheehee !... Paco se acaba de ir, sí..... ya no está.

Raquel colgó sin decir nada, le dejó un pitido repetitivo e insoportable en el oído, nuestro amigo ya con el ojo casi abierto miraba extrañado aquel aparato del demonio.
Un café bastante negro y amargo le abrió el otro ojo y salió a la calle sin darle la mayor importancia a aquellas llamadas de teléfono. Salió cómo cada mañana, a la guerra, a su guerra, a combatir el mal que él sólo percibía.
En esas estaba, camuflado, detrás de otro café largo a media mañana en aquella tasca sin nombre. Los campos de batalla por los que actuaba el Llanete eran los típicos bares del extrarradio, tascas y garitos entre las sombras de las callejuelas y locales de dudosa reputación. El grueso del día los pasaba por estos tugurios, pero el sabía perfectamente que donde más acción, donde más injusticias había que combatir eran, en los restaurantes de muchos tenedores, en los portales de las comunidades de alto copete, en las tiendas de barrio, esas familiares en las que todos se conoces y en las que todo se calla, en los grandes hipermercados, en los parques infantiles, estos siempre los tiene marcados con una equis en grande y en rojo en su mapa de guerra.
Miraba a través del café... y su mundo casi siempre era negro. El Llanete movía aquél liquido cansinamente con la cucharilla, disimulando mientras escuchaba la conversión de dos obreros despotricando sobre los emigrantes, no iba a actuar, pues sabía que aquello no iría lejos, la típica conversación de barra de dos membrillos que no tenía dos dedos de luces.... el pan nuestro de cada día. Pero lo que si le estaba retorciendo las entrañas era la mujer que al final del mostrador, en el rincón en sombra, se estaba dejando el sueldo o el de su marido en la maquina tragaperras.
La estampa era la típica, mujer de mediana edad, con un carrito del mercado a su derecha, el monedero debajo de la axila, apretado, protegiéndolo, cómo si se lo fueran a robar (cuando no le faltaba a nadie que le robara, ella sola  ya lo hacía muy bien).
Contemplaba el último billete que salía de aquella cremallera, lo miraba y rebuscaba en el interior del monedero por si había alguno más, lo tocaba, miraba a un lado, miraba al otro, se pasaba la mano por los ojos, por la cara.... y lo introducía en la maquina.
El Llanete café en mano se movió hasta colocarse justo detrás de esta señora. Cómo buen soldado se mimetizó con el hábitat, cogió un periódico y comenzó a leerlo por encima. No dijo nada, pasó página tras página hasta que en el local no quedó nadie. Los membrillos se fueron con la misma cantinela, la única que conocían, son especialistas en echarles la culpa de todo a los demás, desgraciadamente el Llanete se cruzaba a diario con muchos ejemplares como estos, el camarero colocaba unas mercancías en las neveras, el Llanete se quedó solo, espalda con espalda con la mujer de la maquina.
El nerviosismo y la incertidumbre eran los causantes de la danza que mantenía esta señora, se movía de un lado a otro como ida, nerviosa, poseída. A la partida ya le quedaban pocas manos aquel billete ya se moría, el contador de la maquina restaba los juegos como si fueran los segundos en una bomba a punto de estallar.
El recurso que el Llanete iba a ejercer con esta mujer no le gustaba. Lo había hecho muy pocas veces, pues es muy arriesgado y se puede descubrir el pastel, ya que su don lo tenía que hacer a plena luz del día y con posibles ojos que lo descubrirían, pero no tenia otra elección.
En un gesto rápido nuestro superhéroe se colocó a la espalda de la mujer, le tapó los ojos y le susurró al oído.
A la mujer le apareció en sus ojos tapados la película de su vida. Fueron pequeños y cortos fotogramas sobre pasajes de su familia y de su vida, no sabía si correspondían al futuro, al presente, o al pasado, pero lo que estaba claro es que era muy real.
El primero que vio fue, a su marido sentado en una banqueta en la cocina, llorando en un silencio atronador para que no lo oyeran sus hijos y abrazado a un vaso de vino.
Otra imagen correspondía a su hijo pequeño preguntándole a su hermano mayor, por mamá, por papá, y por la comida, y su hijo mayor no sabía que contestarle.
Y en otro fotograma ella se introducía el pene de un viejo en la boca, en las escaleras del edificio que había por debajo de donde ella vivía, y el viejo sacó veinte euros arrugados del bolsillo y los introdujo en el sujetador y quedó con ella para el día siguiente.
Luego aparecía imágenes más rápidas, peleas, broncas con su marido, con sus hijos, puertas de tiendas cerradas en las narices, hermanos que no le cogían el teléfono. Y la última de esas imágenes fue la más precisa, ella de pie en la barandilla de la azotea con el abismo a sus pies, y nadie de su familia y nadie de sus amigos que estaban a su espalda, la intentaban parar.
Todo esto duró un par de segundos, el Llanete destapó los ojos de aquella señora y se giró de nuevo al periódico como si no hubiera pasado nada. La mujer agarró el carrito de la compra y si pestañear, dejando la maquina jugando sola, salió del bar sin decir nada y sin mirar a nadie.
El camarero entró medio silbando, se extrañó de lo desierto que se quedó el bar, sólo uno al final de la barra leyendo el diario y moviendo el café con una cucharilla.

            — ¿Qué te debo? — preguntó el Llanete sin levantar la vista del periódico.
            — Uno veinte — respondió el muchacho de detrás de la barra.
            —Aquí tienes, y lo que sobre para el bote.

Ya se marchaba nuestro amigo por la puerta del bar cuando de la maquina salió una música de feria y unos destellos intermitentes. Las especiales extraordinarias, aquél aparato infernal empezó a vomitar monedas de euro sin descanso.

            — Oiga, jefe ¿y la mujer que estaba aquí, donde está? preguntó el joven barman.
            — De qué  mujer me hablas yo no he visto a nadie.

El Llanete marchó calle arriba, en lo alto había una pescadería bastante buena, donde tenía un mostrador repleto de falta de ética, de falta de moralidad y de falta de respeto, aunque  con unos boquerones excelentes.
Ya en su casa, de nuevo sobre el sofá con su ADN, otra vez el maldito móvil sonando. En la pantallita azul el nombre de Paco "EL PESAO".

            — Este me llamó anoche, y su mujer, me llamó esta mañana ¿qué querrán? —


Este Llanete, ya me dejado otra vez con la miel en los labios, y se va, y no me cuenta nada más, que quiere dormir dice, que anoche no durmió bien.

Bueno amigos a ver si saludáis, que sé que os asomáis a este balcón, que os veo. Por lo menos unas "buenas noches", o unos "buenos días".

Esta calima a empañado las estrellas, los grados de más le han quitado la gracia a los rosales y a los geranios, pero esto es lo que tiene el tiempo, que ahora es de noche y hace calor, pero mañana viene y sale el sol y sale el frío. Cosas del tiempo, que hace tiempo que no se para.

Un saludo y buenas noches...................



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