...... María lloraba desconsolada y cabreada, los ojos y las mejillas prendían de rabia. El Llanete le tocó el hombro y le dijo: — No puedes tener todo lo que quieres, ese amor no te corresponde.
María ha vivido bajo el reino del consentimiento, la envidia y la exigencia. Mamá le dio todo menos valores y, papá le compró todo, aún hipotecándose de por vida. Hija única (gracias a Dios), y con la sangre hecha veneno. En María todos sus quebrantos, todos anhelos, todas sus envidias y rencores formaron y forman parte de su concepción de la vida. El ADN de "la pequeña emperadora" a mutado al odio y la posesión.
María lo qué quiere, lo tiene, cueste lo qué cueste.
Aquella noche María lloraba desconsolada y frustrada, por primera vez le habían dicho que no. El Llanete a modo de explicación le dijo que no podía ser, ella sin levantar la vista del alquitrán le escupió en los pies. Nuestro amigo la conocía perfectamente y siguió su camino.
Ya en la cocina de su casa, el Llanete se movía como un lobo, de un lado a otro, incesante, con la mirada al vacío, presentía que aquella joven tramaba algo.
Hizo de tripas corazón, desterró del olvido su traje y se lo enfundó, conocía a María y sabía de sus intenciones y de lo que era capaz de hacer. De madrugada se presentó en el alféizar de su ventana y cómo siempre, los sueños de aquella muchacha eran pesadillas. Desde pequeña, aquellas envidias, aquellos caprichos, aquellas angustias venían todas las noches en forma de pesadillas, para el llanete siempre fue un caso especial pues no podía apaciguar sus sueños, es más la pequeña encontraba alivio en aquellos rencores y odios que la despertaba de sobresalto en la madrugada empapada en un sudor frío. María creyó que si conseguía todo aquello que quería, apaciguaría el sueño, pero siempre que conseguía algo otra nueva pesadilla le afloraba esa noche. El Llanete tuvo que rendirse una madrugada, cuando en plena lucha de sueños, el rostro de aquella joven relucía esplendorosa, orgásmica. Nuestro héroe dio un paso atrás hasta la noche que se la encontró en aquél escalón.
De nuevo buceó por la duermevela de María, y otra vez la figura del profesor del instituto rondaba aquella pesadilla. María en ese mal sueño se veía penar a causa de aquel profesor, el amor que ella sentía no era correspondido por este, y la joven se hundía más y más en su desazón, pero al despertar, la realidad era muy distinta, ella era la que desde jovencita atosigaba y presionaba al maestro. Lo buscaba, lo incitaba, hasta lo acusó falsamente de abuso sexual cuando él la ignoró por completo.
María quería aquel profesor, y no por amor, o por amistad, simplemente porque él fue el único que le dijo que no.
En su pesadilla maquinó echar a pique el matrimonio del profesor (qué se habrá creído este enclenque asqueroso, qué puede hacer lo qué quiera, seguro que "una faena" en los servicios del pub donde él solía ir con su esposa, será suficiente para destruir a este desgraciado).
El domingo por la tarde Raúl y Celia fueron a tomar una copa y ver el partido al pub como casi todos los domingos. Celia esa tarde estaba algo inquieta, con una sonrisita pegada en los labios, nerviosa, mirando en todos los rincones del garito, sobre todo en los oscuro, estaba avisada.
En el descanso del partido Raúl hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida y se encaminó hacia los servicios, tres puertas y bombilla rota desde hace dos años son las barreras antes de llegar al urinario.
Celia se disponía a seguir a su marido, Celia se disponía a confirmar lo que aquella llamada de teléfono de hace unos días la dejó helada. La espalda de Raúl desapareció de su vista, giró los tacones rumbo a los pasos de su marido. De repente alguien tiró del brazo, la paró en seco, y su amiga le empezó a hablar de una boda. La pobre Celia ni tan siquiera oía lo que decía su amiga, solo recordaba los llantos y el desgarro que a través del teléfono aquella mujer le contaba sobre la humillación que le hacía pasar Raúl, y le advertía sobre aquella tarde y lo que su marido le iba a obligar hacer en aquellos servicios.
Celia se zafó de su amiga y de tres largos pasos, y de tres patadas a las puertas, entró violentamente en aquella letrina oscura y maloliente con una linterna en la mano como le advirtió la mujer del teléfono.
— ¡ Raúl, cómo te atreves! — dijo apuntándole a la cara con una circunferencia de luz proveniente de la linterna.
El Llanete no dijo nada, sólo se le dibujó una mueca feliz en su sonrisa, a María, debajo del ombligo de nuestro superhéroe no le llegaban las palabras (tampoco podía hablar en ese momento). Raúl, al revuelo, entró en el servicio y tiró de su mujer hacia la puerta buscando una explicación. Sólo dijo extrañado al ver la postal, — ¡Ey vecino, ya te vale, cómo te lo montas! — y salió con su esposa mientras estas casi llorando le contaba que una loca le había llamado por teléfono el otro día diciendo que.....
Por la noche, bajo la misma farola, María ya no lloraba, pero miraba fija el alquitrán de la carretera. Esta vez el Llanete dobló las rodillas y sus ojos los puso a la misma altura que los de su vecina, le agarró por los hombros y obligó a que María le mirase a la cara.
— Ves, cómo no puedes conseguir todo lo que quieres....
Y se alejó y cuando oyó el llanto normal de una joven, cuando oyó el llanto de corazón por la estupidez que había cometido, cuando el llanto que se oía por la calle a esas horas, era el de la rendición, al llanete se le dibujó otra mueca de felicidad en los labios, diferente a la que tuvo aquella tarde en los servicios del pub, pero una sonrisa...
Sobre las cuatro de la madrugada el sonido estridente del móvil le despertó de su sueño.
— ¡ Tío ! ayúdame...
pero eso, eso será en otro momento.....
La noche se echa sobre la calle, hoy las flores de mi balcón estaban con la boca abierta, seguro que un poco de agua les calmará la garganta.
un saludo y buenas noches..................
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