Hace unos días se cumplieron dos años de un proyecto para mi, de los más importantes de mi vida.
En el 2011 los componentes de la Asociación literaria LAPISLÁLULI a la que pertenezco, emprendimos este proyecto para el Museo Provincial de Jaén.
Ese año, el 2011, se conmemoraba el 40 aniversario del Museo de Jaén en el edificio donde lo conocemos hoy en día en el Paseo de la Estación.
Conocimos a Paqui Hornos, directora del Museo Provincial, enamorada de la Historia y el Arte y sobretodo de lo que se resguarda entre aquellos muros y que ella promociona cómo nadie, excelente profesional y gran amiga desde entonces.
Tras varias ideas decidimos hacer lo que más nos gustaba a todos y todas. Escribir cuentos.
Los componentes de la asociación nos pasamos casi un año allí metidos. Cada quince días nos reuníamos en el museo y usamos la vida del museo como disparador creativo. Obras de arte, arquitectura, historia, vestigios, trabajadores, rincones, visitantes...todo valía, todo era un aprender para luego volcarlo sobre el cuento.
A finales de mayo del 2012 desde la Asociación LAPISLÁZULI literaria publicamos:
CUENTOS EN EL MUSEO
En este pequeño libro, en esta pequeña joya, yo participé con dos cuentos.
El que os presento hoy está inspirado en un cuadro de un autor valenciano: Antonio Fillol Granel (1870-1930). Se titula LA REBELDE. Este oleo se enclava en el estilo o contexto cultural del Modernismo o Art Nouveau. Refleja una escena de la vida diaria de un campamento gitano. La esencia del cuadro es este momento dramático que se palpita en el mismo, dejando así abierta a la imaginación del receptor el antes y el después de la escena.
He de ser sincero al decir que este cuento tiene truco, pues el cuadro en cuestión es el preferido de una persona muy especial para mi que trabaja en el museo desde hace ya muchos años y casi me contó el relato de la historia ella.
Mi versión de este cuento la titulé RAICES, y espero que os guste, como me gustó a mí desarrollarla.
RAÍCES wiwi....
.
El honor y tradición,
a veces martillean el alma
y lo hacen con un mazo pasado y frío, ahí,
justo en pecho, donde asfixia.......
Esclavos
de sus raíces, fieles a una cultura, obcecados en una forma de vida
ancestral. Son capaces de vagar por el barro y el cieno, y asimilan
las inclemencias del cielo a pecho descubierto. Ni se tiñen, ni se
tapan, ni aceptan, ni pretenden. Son nómadas, pero con un
sentimiento propio anclado en el corazón.
Nunca
buscaron el beneplácito de los demás, tan solo el trueque o el
jornal por sus expertas manos.
Viven y vienen con las estaciones del año, el árbol no se despoja
de su primera hoja hasta que no oye el tintineo de las carretas
cuando llegan al pueblo a la cosecha, ya es otoño.
Les
aburren los constantes reproches de los demás, siempre la misma
cantinela. Ellos no cambian sus camastros fríos y duros por una vida
en la ciudad. Las ciudades están encorsetadas, llenas de normas
estúpidas e inútiles que no tienen sentido. Nunca cambiarían el
calor artificial de unos braseros que huele mal, por el calor natural
de una lumbre al abrigo de unos castaños.
Yo soy patriarca y con mi vara de
mando dispongo cual es la mejor sombra o el mejor cobijo para los
míos, y los míos son lo más importante en mi vida, más allá de
mi propia vida….
Ese
invierno se instaló en la siguiente primavera, el campamento
permaneció parado más de la cuenta. Ya no quedaba leña que quemar
ni perdiz o conejo que comer. Ella caminaba todas las tardes hasta el
pueblo, envuelta en su tela de paño.
La
mirada
al cielo y el andar liviano, de puntillas, como una bailarina. Su
piel se bañó en el color de la miel de encina, morena, dorada. El
sol se enamoró de sus ojos negros y el viento se moría por sus
pestañas infinitas. Sus caderas eran el balanceo del mar y de sus
pies descalzos brotaba la más bella melodía. De melena negra,
azabache, como la noche más oscura y limpia del mes de enero. Y al
final de sus labios, la ternura, la virginidad de un nuevo amanecer.
Existen
muchos venenos en el mundo y muchas formas de padecer, pero la más
cruel y devastadora es, un mal amor.
Desgraciadamente
el amor es caprichoso y cuando actúa,
no entiende ni de reglas ni de normas humanas.
Él,
rubio como
el sol de las dos de tarde, de piel blanca, casi transparente, de
mirada sincera y alegre. A la cuarta tarde que salió a la plaza a
esperarla, a ensoñarse con la melodía de sus andares, se decidió a
acercarse y presentarse a la muchacha de los pies desnudos.
Ella,
que ya en la primera mirada del muchacho su corazón cambió el giro
de sus latidos, con un solo beso en la mejilla le bastó para
enamorarse de aquellos ojos azules.
Él
se llamaba Lorenzo y ella, Celeste. Y el amor,
esta vez, salió con los ojos cerrados, sin miramientos ni
explicaciones.
Al
cabo de tres semanas cuando ya la primavera moría y el barro de los
pies ya estaba seco, el patriarca decidió que ya era hora de
levantar el campamento. Pidió su vara de mando para reafirmar la
orden, su hija Celeste como cada mañana la posó en sus manos.
Dolió
tanto aquella orden que la joven de ojos negros se arrodilló en el
suelo de dolor. Su corazón se rompía a pedazos.
Las
madres lo saben todo, aunque no hablen ni pregunten, sus ojos son
sabios. A la madre de Celeste aquel gesto de la joven hundiendo la
cabeza entre las piernas y acallando sus lágrimas, le confirmó el
desastre que intuía.
En
una sombra, protegidas de miradas ajenas y de oídos fisgones e
inventivos, allí, sentenció a su hija. La obligó a jurar por su
vida, incluso la obligó a jurar por sus muertos. Debía de olvidarse
del muchacho del pueblo, en aquél instante tenía que finalizar su
amor. Pero Celeste no pudo jurar, no quiso jurar.
Dicen
que la causa de que la luna se ilumine unas noches más que otras es,
por el llanto de la nostalgia y sobre todo, por las lágrimas de la
envidia.
Aquella
noche, Celeste, miró con rabia
el resplandor que había en el campo, anduvo furtiva por las sombras
de los olivos hasta el pueblo, y caminó por primera vez con
sandalias, para no hacer ruido. Esa noche la luna fue testigo de la
unión de amor más puro. Esta, celosa y envidiosa de aquella joven
gitana se iluminó aún más para delatar aquel amor y aquella unión.
Esa noche la luna lloró amargamente por algo que nunca podría
tener.
A
la mañana siguiente, aquellas malditas sandalias, a solas y en voz
baja, le contaron a la madre lo sucedido la noche anterior en aquel
campo de plata.
Decepcionada,
resignada, avergonzada, se lo contó a su marido, el padre de la
niña, el patriarca.
La
joven de los ojos negros camina sola. El amor fue el culpable de su
destierro. Repudiada y expulsada de su familia por culpa de una
cultura y una tradición.
Camina
sola, su mano en el pecho aliviando su asfixia, pero descalza, para
hacer ruido, para que la oigan…
Juana
todos los días desde que entró a trabajar en el museo hace lo
mismo. Ni se lo explica, ni lo entiende, pero tiene que saludar o
despedirse de aquella joven. De vez en cuando, si nadie mira, se
sienta en el banco que hay enfrente, se descalza y se mira los pies
desnudos.
Juana
siempre ha dicho que la luna es una chivata, por eso prefiere el sol.
besos y abrazos queridos vecinos.....
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