Hoy os quiero despertar, y lo voy hacer al revés. Hoy os quiero despertar de vuestro sueño con un cuento.
Este relato que hoy os presento es el segundo de mis cuentos con el que participé en este libro-joya en el cual tuve el honor de participar junto a mis compañeros y compañeras de la Asociación LAPISLÁZULI Literaria.
Ya sabéis, cada quincena hacíamos nuestras reuniones en el Museo Provincial de Jaén y usábamos el mundo o la vida del día a día en el museo para inspirarnos y crear así estos maravillosos cuentos.
Este cuento está basado en un enorme lienzo que corona magnifico una de las salas de bellas artes de dicho museo.
Una tarde que paseaba con mi hijo Kiko, este se quedó mirándolo estupefacto de abajo hasta arriba y me dijo que escribiera sobre el. Me encantó, ya le había echado el ojo días atrás y ese fue el empujón que me faltaba para ponerme manos a las obra.
La temática, por qué no recocerlo, de mis preferidas, aunar un pasaje de una de las mejores obras de la literatura y oleos en un enorme lienzo, y yo a su vez crear un cuento sobre ello. Me entusiasmó la idea.
La obra se titula: "Don Quijote y los molinos de viento". Del pintor malagueño José Moreno Carbonero (1860-1942). La obra está datada en el 1878 y obtuvo varios premios en su día.
Cómo podéis imaginar intenté rizar el rizo y busqué la manera de mirar por los ojos del pintor y sobretodo, de Miguel de Cervantes.
Espero que os guste. Yo me lo pasé genial.......
ENTRE
GIGANTES Y PINCELES
wiwi.-
“Dicen
por ahí que el viento ha cambiado, que este aire solano no tiene
piedad, y trata al justo y al pecador de la misma manera.
Dicen
que este viento nuevo, que se instaló aquí tras los delirios de un
loco, no conoce el arrepentimiento, pues creen que viene del mismo
infierno….”
Un
soplo helado en la nuca me despertó de la desidia. Me giro y, nada.
Ante
mis ojos un páramo
agreste, de un color añil gastado, rodeado de unos pastos secos y un
olor a vacío y soledad que contaminan mis pulmones. Cuatro vencejos
volaban despavoridos, ni siquiera graznaban, huían de algo o de
alguien, creo que de esta calor.
Otra
vez aquel escalofrío en
mi cuello, tirité como si alguien me susurrara palabras de amor a la
espalda. Me giro de inmediato, nada, nadie, solo aquel viejo molino
medio moribundo.
Nada
se mueve, no se oye ni mi respiración. Contemplo por un instante el
edificio. Lo palpo y lo mimo con precaución, parece que aquella
vieja mole de piedra se quisiera desvanecer en mis brazos.
Arriba,
las telas de las aspas, colgaban ajadas y acribilladas por el sol y
el viento. La cal que un día sirvió de protección se desparrama
por el suelo como si fueran trozos podridos de corteza. De su medio
tejado, sus tejas mal viven quebradas y apunto del suicidio. El
tiempo y el olvido se cebaron cruelmente con aquel molino, sus
piedras morían poco a poco en una agonía injusta.
Solo
algo se mantiene con vida junto aquel moribundo, algo que nace con
cada amanecer, algo que mantiene anclado a la vieja mole a aquella
tierra áspera y rota: Su sombra.
Día
tras día, año tras año, aquella sombra se encarga de recordarle al
molino que lo condenaron a cadena perpetua, y no a pena de muerte,
que está ahí por algo, que lo mantiene con un hilo de vida por
alguna causa.
Su
sombra es oscura y persistente, es cruel y acusadora. Miles son las
veces que le reclama, que le recuerda al viejo agónico, que es ella
la responsable de su único momento de vida.
Pero
también es fresca y protectora. Es un manto que te cobija, y si
quieres, allí, te vuelves invisible. Envuelto entre sus brazos
oscuros el mundo es diferente.
Las
altas temperaturas del mediodía poblaron mi frente y mi cuello de un
sudor espeso y almizclado, como si hubiera tragado arena, mi garganta
se secó. El zurrón de pellejo donde guardaba mis arreos, quemaba.
En su interior las ceras poco a poco se iban derritiendo, los
carboncillos se rompieron en mil pedazos y mancharon de tizne mis
manos, hasta el papel se cuarteó en un momento.
¿Qué
me llevó hasta aquel sitio?, ¿Cuál fue el impulso de conocer
aquella tierra quebrada, donde por su grietas exhalaba
su hálito el mismo infierno?
Nunca
antes sentí aquel calor en mi vida, aquella asfixia. Me quedé
sentado, acurrucado en la sombra del molino, con la cabeza entre las
piernas y los ojos cerrados, intentando respirar, intentando
desaparecer.
No
recuerdo el tiempo que llevaba al cobijo de aquella sombra, cuando un
viento solano se levantó de aquel suelo infernal. Como si de un
dragón se tratara, lanzó su fuego sobre mí sin reparo alguno.
Parecía que aquel aire llevara consigo miles de alfileres
incandescentes que se clavaban en mi cara y en mis piernas. Como
puedo intento protegerme, me agacho aún más y coloco el zurrón
justo frente a mi cara para intentar desviar aquel viento ardiente,
pero este arremete con más violencia. Está claro, soy un extraño y
el aire me quiere expulsar de su territorio.
De
pronto un sonido, unas maderas se retuercen. Aquel viento comenzó a
mover lentamente las aspas del viejo molino.
Era
como si un tiovivo volviera a la vida después de mil años. Al
principio sus aspas se movieron con dificultad. A cada giro,
sus maderas gritaron, a cada empujón de viento, un lamento de sus
lonas roídas.
Aquel
montón de piedra y olvido comenzó a respirar, a moverse al son de
un aire que conoce desde hace mucho tiempo, un aire al que ama,
aunque lo envenena cada vez que se encuentra con el.
Gira
y gira cansinamente, cada vez con más fluidez, ya no se oyen ni
un achaque ni un reproche, mis oídos se llenan de un zumbido alegre
y vivo. En su interior, un corazón de piedra empieza a latir.
Tras
las aspas que cada vez giran con más viveza encontré alivio, y por
sus acribilladas lonas se filtraban destellos de luz como relámpagos
en una noche de tormenta. La sombra se llenó de misteriosas
destellos. En ese momento me sentí extrañamente libre.
El
soniquete alegre del giro de maderas, el ronroneo de los bloques de
piedra volviendo a la vida, los destellos de luz que cegaban mis
ojos: Por fin la encontré.
Fue
allí
mismo, a la sombra del viejo molino, envuelto en un caleidoscopio
natural de luz y sonido donde al fin hallé la droga más dañina y
más dulce de todas, aquella que te libera la mente y le muestra la
verdad a los ojos.
Por
fin oí “El Canto de Sirenas…”
Agarré
ceras y pinceles, papeles y emociones, mi corazón galopaba a tropel
por mi pecho. Yo
también vi gigantes.
Afortunado
de mí, aquella sensación de angustia y delirio me despejó el alma
y los pulmones. El aire ya era fresco y lo vi todo con perfecta
claridad.
Un
suspiro bastó. Rápidamente cogí pinceles y papel. Pinté, mezcle
colores sin tan siquiera mirarlos y guiado por mi corazón dibujé en
el lienzo con los ojos cerrados.
…Allí
anda el bueno de Sancho arreando a su terco asno, desgañitándose,
reclamando cordura a su amo, mirando al cielo, como hizo tantas
veces.
¡Acá
viene!
Don
Alonso se bajó la visera de su abollado yelmo, lo hizo con firmeza,
de un golpe seco. Apoltronó su lanza bajo el brazo y azuzó con
premura al pobre de Rocinante…
Aquella batalla pasó a los anales de la literatura.
Afortunado
de mí. Yo también vi gigantes.
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