lunes, 16 de junio de 2014

ENTRE GIGANTES Y PINCELES

Buenos días vecinos y vecinas.
Hoy os quiero despertar, y lo voy hacer al revés. Hoy os quiero despertar de vuestro sueño con un cuento.
Este relato que hoy os presento es el segundo de mis cuentos con el que participé en este libro-joya en el cual tuve el honor de participar junto a mis compañeros y compañeras de la Asociación LAPISLÁZULI Literaria.
Ya sabéis, cada quincena hacíamos nuestras reuniones en el Museo Provincial de Jaén y usábamos el mundo o la vida del día a día en el museo para inspirarnos y crear así estos maravillosos cuentos.




Este cuento está basado en un enorme lienzo que corona magnifico una de las salas de bellas artes de dicho museo.
Una tarde que paseaba con mi hijo Kiko, este se quedó mirándolo estupefacto de abajo hasta arriba y me dijo que escribiera sobre el. Me encantó, ya le había echado el ojo días atrás y ese fue el empujón que me faltaba para ponerme manos a las obra.
La temática, por qué no recocerlo, de mis preferidas, aunar un pasaje de una de las mejores obras de la literatura y oleos en un enorme lienzo, y yo a su vez crear un cuento sobre ello. Me entusiasmó la idea.

La obra se titula: "Don Quijote y los molinos de viento". Del pintor malagueño José Moreno Carbonero (1860-1942). La obra está datada en el 1878 y obtuvo varios premios en su día.
Cómo podéis imaginar intenté rizar el rizo y busqué la manera de mirar por los ojos del pintor y sobretodo,  de Miguel de Cervantes.


           
 

 

Espero que os guste. Yo me lo pasé genial.......


ENTRE GIGANTES Y PINCELES                                                                        wiwi.-


“Dicen por ahí que el viento ha cambiado, que este aire solano no tiene piedad, y trata al justo y al pecador de la misma manera.
Dicen que este viento nuevo, que se instaló aquí tras los delirios de un loco, no conoce el arrepentimiento, pues creen que viene del mismo infierno….”



Un soplo helado en la nuca me despertó de la desidia. Me giro y, nada.

Ante mis ojos un páramo agreste, de un color añil gastado, rodeado de unos pastos secos y un olor a vacío y soledad que contaminan mis pulmones. Cuatro vencejos volaban despavoridos, ni siquiera graznaban, huían de algo o de alguien, creo que de esta calor.

Otra vez aquel escalofrío en mi cuello, tirité como si alguien me susurrara palabras de amor a la espalda. Me giro de inmediato, nada, nadie, solo aquel viejo molino medio moribundo.


Nada se mueve, no se oye ni mi respiración. Contemplo por un instante el edificio. Lo palpo y lo mimo con precaución, parece que aquella vieja mole de piedra se quisiera desvanecer en mis brazos.

Arriba, las telas de las aspas, colgaban ajadas y acribilladas por el sol y el viento. La cal que un día sirvió de protección se desparrama por el suelo como si fueran trozos podridos de corteza. De su medio tejado, sus tejas mal viven quebradas y apunto del suicidio. El tiempo y el olvido se cebaron cruelmente con aquel molino, sus piedras morían poco a poco en una agonía injusta.


Solo algo se mantiene con vida junto aquel moribundo, algo que nace con cada amanecer, algo que mantiene anclado a la vieja mole a aquella tierra áspera y rota: Su sombra.

Día tras día, año tras año, aquella sombra se encarga de recordarle al molino que lo condenaron a cadena perpetua, y no a pena de muerte, que está ahí por algo, que lo mantiene con un hilo de vida por alguna causa.

Su sombra es oscura y persistente, es cruel y acusadora. Miles son las veces que le reclama, que le recuerda al viejo agónico, que es ella la responsable de su único momento de vida.

Pero también es fresca y protectora. Es un manto que te cobija, y si quieres, allí, te vuelves invisible. Envuelto entre sus brazos oscuros el mundo es diferente.


Las altas temperaturas del mediodía poblaron mi frente y mi cuello de un sudor espeso y almizclado, como si hubiera tragado arena, mi garganta se secó. El zurrón de pellejo donde guardaba mis arreos, quemaba. En su interior las ceras poco a poco se iban derritiendo, los carboncillos se rompieron en mil pedazos y mancharon de tizne mis manos, hasta el papel se cuarteó en un momento.

¿Qué me llevó hasta aquel sitio?, ¿Cuál fue el impulso de conocer aquella tierra quebrada, donde por su grietas exhalaba su hálito el mismo infierno?

Nunca antes sentí aquel calor en mi vida, aquella asfixia. Me quedé sentado, acurrucado en la sombra del molino, con la cabeza entre las piernas y los ojos cerrados, intentando respirar, intentando desaparecer.


No recuerdo el tiempo que llevaba al cobijo de aquella sombra, cuando un viento solano se levantó de aquel suelo infernal. Como si de un dragón se tratara, lanzó su fuego sobre mí sin reparo alguno. Parecía que aquel aire llevara consigo miles de alfileres incandescentes que se clavaban en mi cara y en mis piernas. Como puedo intento protegerme, me agacho aún más y coloco el zurrón justo frente a mi cara para intentar desviar aquel viento ardiente, pero este arremete con más violencia. Está claro, soy un extraño y el aire me quiere expulsar de su territorio.


De pronto un sonido, unas maderas se retuercen. Aquel viento comenzó a mover lentamente las aspas del viejo molino.

Era como si un tiovivo volviera a la vida después de mil años. Al principio sus aspas se movieron con dificultad. A cada giro, sus maderas gritaron, a cada empujón de viento, un lamento de sus lonas roídas.

Aquel montón de piedra y olvido comenzó a respirar, a moverse al son de un aire que conoce desde hace mucho tiempo, un aire al que ama, aunque lo envenena cada vez que se encuentra con el.

Gira y gira cansinamente, cada vez con más fluidez, ya no se oyen ni un achaque ni un reproche, mis oídos se llenan de un zumbido alegre y vivo. En su interior, un corazón de piedra empieza a latir.


Tras las aspas que cada vez giran con más viveza encontré alivio, y por sus acribilladas lonas se filtraban destellos de luz como relámpagos en una noche de tormenta. La sombra se llenó de misteriosas destellos. En ese momento me sentí extrañamente libre.


El soniquete alegre del giro de maderas, el ronroneo de los bloques de piedra volviendo a la vida, los destellos de luz que cegaban mis ojos: Por fin la encontré.

Fue allí mismo, a la sombra del viejo molino, envuelto en un caleidoscopio natural de luz y sonido donde al fin hallé la droga más dañina y más dulce de todas, aquella que te libera la mente y le muestra la verdad a los ojos.

Por fin oí “El Canto de Sirenas…”


Agarré ceras y pinceles, papeles y emociones, mi corazón galopaba a tropel por mi pecho. Yo también vi gigantes.


Afortunado de mí, aquella sensación de angustia y delirio me despejó el alma y los pulmones. El aire ya era fresco y lo vi todo con perfecta claridad.

Un suspiro bastó. Rápidamente cogí pinceles y papel. Pinté, mezcle colores sin tan siquiera mirarlos y guiado por mi corazón dibujé en el lienzo con los ojos cerrados.


Allí anda el bueno de Sancho arreando a su terco asno, desgañitándose, reclamando cordura a su amo, mirando al cielo, como hizo tantas veces.

¡Acá viene!

Don Alonso se bajó la visera de su abollado yelmo, lo hizo con firmeza, de un golpe seco. Apoltronó su lanza bajo el brazo y azuzó con premura al pobre de Rocinante… Aquella batalla pasó a los anales de la literatura.

Afortunado de mí. Yo también vi gigantes.

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