Ya empiezo a animarme.
Estoy en un proceso de búsqueda incasable de musas e inspiración. Prometo retomar - si puedo - mi escritura de nuevo. Leo y releo, clásicos y contemporáneos, antiguas anotaciones de mi libreta de ideas. Leo viejos proyectos y nuevos que dejé en el cajón de "pendientes de revisar".
Busco dragones otra vez.....
Aquí os dejo, sin duda, algo espectacular que me pasó en un momento muy delicado de mi vida.
Corría el otoño del 2009 cuando los encontré tras una puerta en una sala en la asociación de barrio de peñamefecit, aquí en Jaén.
Llamé, y tuvieron el valor de dejarme entrar.
Este es sin duda para mí uno de mis mejores cuentos, no por su calidad pues ya sabéis que simplemente me dedico a garabatear, pero hacer esto, fue una gran experiencia. Me dejaron participar en este libro que publicamos en el 2010, y si, desde entonces mi vida cogió la senda que debía.
Gracias Asociación LAPISLÁZULI literaria.
Esta fue mi primera vez.
LA
SOMBRA QUE TENEMOS
wiwi.-
El
baile de unas lágrimas por mis mejillas me abrasa como si fueran
cristales fundidos. Me separan doce pisos de altura de un asfalto
negro y sucio. El frío de la madrugada me cuartea la cara y alma,
pero me mantiene viva. Perdí la cuenta de las horas que llevo en la
cornisa de esta terraza. Me gustaría saltar, me gustaría escapar
muy lejos, pero algo dentro de mí ha cambiado.
Y
será para toda vida…
El
día comenzó al revés. El café fue oscuro y amargo como el polvo
de la noche anterior. Víctor adelantó su marcha. A su portazo mudo
le siguió su hipócrita y fiel sombra. Ni un beso, ni un hasta
luego, ni un te quiero, solo un silencio cruel que ahogada en un pozo
profundo los mejores sentimientos que tenía hacia mi marido.
Escupí
su café y un hilo de sangre negra cortaba en dos el fregadero
blanquecino, parecía que la luna se desangraba.
Llevaba
cinco o seis meses que me resultaba lamentable acicalarme cada mañana
frente al espejo. Ocultar arrugas y ojeras bajo kilos de maquillaje
barato, minaba un animo que a estas alturas ya se arrastraba por los
suelos. Despuntaba mis pestañas con el rimel más negro y más
brillante que tenía, pero sin permiso, aparecían los llantos y
emborronaban una cara cansada, una cara hastiada que cada mañana le
preguntaba al espejito mágico, - “¿por qué?” -, pero nunca
me contestaba.
Víctor
estaba cambiando, por momentos el demonio de su juventud hacía acto
de presencia. Insultos, amenazas, rabia, cólera, drogas. No sé por
qué le deje llegar a esta situación. Bueno, creo que algo si que
sé. Creo que en el amor existe una sombra, aunque pequeña y
delgada, profunda y oscura. Allí vive el odio y el perdón, la
traición y el arrepentimiento, la mentira y la verdad. Esta sombra
la tenemos todos y acarreamos con ella como un penitente acarrea con
su cruz. Eché la vista hacia un lado y cerré los ojos, ilusa, creí
que las cosas se arreglarían solas.
Al
airear las sabanas, el recuerdo del sexo de la noche anterior me
revolvió el estomago, Víctor me hizo el amor como si no me
conociera de nada, yo no pude. Sudando se desplomo sobre mi,
resoplaba, como si estuviera obligado, como si fuera fingido, se
olvidó de abrazarme, no quiso besarme. La cama olía a tabaco
rancio, no puede reprimir la nauseas. Esa fue la primera mañana que
empecé a vomitar.
Todos
los días ansío por llegar a la oficina. Creo que como a muchas
personas el trabajo nos sirve de evasión. Allí vivimos otra
realidad, vivimos otra vida. Me siento otra mujer, por unas horas no
existe Víctor, no existe la pena y hay momentos que la pasión se
ilumina con lucecitas de colores. Esos momentos los protagoniza el
chico de Recursos Humanos, Carlos, cuando me habla, parece como si me
leyera un cuento de princesa. Cada mañana prueba a tirarme los
tejos, me embriaga, suspiro a su espalda, junto mis nalgas y me
retuerzo bajo la mesa de oficina, me vengo arriba, agradezco esos
momentos, busco a diario esos instantes, hacen que me sienta de
nuevo mujer.
Un
zumbido impertinente me despierta de mi dulce sueño. El móvil con
el nombre de Víctor se retuerce por la mesa, exhala una luz
endemoniada como si estuviera viendo el flirteo con mi compañero. La
cara de hastío que muestro al contestar el teléfono sirve de
repelente de hombres, el trovador de Recursos Humanos desaparece
envuelto en una hermosa neblina de cuentos de hadas. Víctor queda
conmigo para desayunar, como siempre, todavía no son las diez de la
mañana y ya no tiene ni para un café. Cuelga sin despedirse y
dejándome con la palabra en la boca. Estoy harta, ya estoy muy
cansada. Ya no quiero lloras más, ya no quiero escupir más, no, ya
no quiero vomitar más.
Hoy,
por la mañana, en el desayuno, acabaré con mi matrimonio.
En
el bar, la cara de Víctor me resulta repugnante. Sorbe el café como
si bebiera en un cuenco de sopa hirviendo, y se traga el cruasán sin
masticarlo. Lo miro de arriba abajo, no, ya reconozco aquel hombre.
Por más que intentaba agarrarme a algo bueno de él, no, ya no lo
conocía. Busqué dentro de mis mejores recuerdos con él, pero su
actitud apagó la luz de nuestra relación y encendió la del odio.
Seguro, aquel no era Víctor.
-
¿Qué me miras, es que tengo monos en la cara? - Esputó
colérico por su boca.
-
Víctor, quiero el divorcio. – Le mascullé con voz trémula.
De
inmediato me arrojó el cigarro a la cara, me agarró el pelo por la
nuca y enfrentó mi cara a la suya. Sus labios casi tocan los míos.
De nuevo el olor a tabaco rancio me produjo nauseas.
-
¿Qué diablos has dicho? - Me contestó excitado, salivando por
una boca repleta de cruasán y con los ojos medio idos.
Muy
sutil, como si fuera el abrazo de un enamorado para no levantar
sospecha en el local, con la mano que agarraba mi melena por la nuca,
la retorció y retorció como si fuera una culebra estrangulando a su
presa hasta que me arranco algunos mechones, y con la otra, bajo la
mesa, clavó su uñas en mi brazo como un gato cobarde.
De
sus labios brotó el mismo infierno.
-
Vas lista si crees que te voy a dejar escapar. Tú eres mía y de
nadie más y antes de que me dejes te mato y te hago pedazos. No
bromeo zorra. - Fueron las palabras más sinceras que jamás le
hubiera escuchado.
Me
mordió en los labios como un animal devora su comida, de lejos
pareció la despedida de dos enamorados, pero de cerca la escena fue
dantesca. No hice nada, no dije nada. En la puerta del Café se
sacudió de la mano restos de mis cabellos y me miró con los ojos
llenos de veneno.
Estática,
petrificada, asustada. Un escalofrío recorrió mi espalda y se
enroscó en la garganta, ahogó mis gritos, hasta secó mis lágrimas.
La
camarera se percató de la escena, me regaló su mano tibia en mi
hombro, me regaló calor y fuerza a través de sus latidos, me regaló
esperanza por su piel, pero por su mirada me enseño la soledad. Me
ofreció un vaso de agua, no dijo nada, no hizo falta.
Por
primera vez en mi vida, me había sentenciado a muerte. Y estaba
sola.
Encerrada
en el servicio del trabajo no paraba de llorar. Ahogaba mis gritos
hundiendo mi cara en una rebeca que pasó el invierno en el respaldo
de la silla de mi oficina. No quería que nadie se enterara. Intenté
ponerme en contacto con el 016, pero no pude. No sé por qué. O si
lo sabía. A mi mente llegaban los reproches o las críticas que
durante toda mi vida les hice a las mujeres que no denunciaban a sus
maltratadores, yo sabía de lo qué hablaba, yo lo viví en mi casa
de niña, pero ahora me daba cuenta de sus acciones. Locura, temor,
resignación, no sé, ese lado oscuro del amor, esa maldita sombra
que todos tenemos. El amor es caprichoso y traicionero, a veces el
mismo cambia el guión y la película romántica pasa a ser una
pesadilla de la que no despertamos nunca, el amor siempre juega con
nosotros, de una manera u otra nos usa a su antojo.
El
espejo del servicio me mostró la cara de la muerte, sus dientes
estaban podridos y rotos, y los ojos, aquellos ojos, eran los de mi
marido Víctor.
Al
reloj de la cocina le faltaba poco para las seis de la tarde. La
ansiedad y el miedo no me dejaban respirar, nerviosa, hice la maleta
a prisa y corriendo. Por nada del mundo me quería encontrar con él.
Cogí lo primero que vino a las manos, removí cajones y estantes
como si estuviera robando en casa del vecino. Al menos tenía un
sitio donde ir. Mi amiga Lucía se prestó a ayudarme sin ningún
reparo, y sobre todo, sin ninguna pregunta.
Antes
busqué ayuda a mi madre, pero la muy estúpida me terminó de hervir
la sangre que a esas horas fluía como lava por mis venas. Quiso
convencerme de que no era para tanto, de que ella si que aguantó los
golpes y la mala vida que le dio mi padre. Nadie se enteró de
aquello y, a nadie le fue con el cuento como estaba haciendo yo. Pasó
su amargura sola, en una silla, en la cocina, hasta que murió,
treinta y seis años padeciendo. Que de que me quejaba tanto, si
Víctor es un buen muchacho, mil veces mejor que tu padre, con sus
cosillas, pero como todos los hombres, es ley de vida. Decía sin
reparo y convencida. Le tuve que colgar el teléfono. Estúpida, más
que estúpida, amargada. Siempre la pagó conmigo y con mi hermana.
Nos culpaba de su frustración, de su cobardía. Así se pudra en el
infierno de los ignorantes, en el infierno de los cobardes, en el
infierno de los que odian a todos, así se pudra junto a los huesos
de mi padre, los dos fueron iguales.
Agarré
la maleta con fuerza, cerré los ojos, respiré profundamente y me
dispuse a abandonarlo todo, a comenzar una vida alejada de él.
No
sentí nada cuando el puño de Víctor golpeó mi cara, me desplomé
sobre el suelo del recibidor, luego, oscuridad y silencio.
Medio
abrí un ojo, el otro era imposible, estaba cerrado a causa de la
hinchazón. Con la lengua humedecí unos labios resecos y
acartonados, saboreé sangre y carmín, las mejillas me ardían como
la lumbre. Un dolor intenso dentro de mi cabeza impedía que
asimilara lo que estaba ocurriendo. Pasaron algunos segundos. Unos
empujones bajo el vientre zarandeaban todo mi cuerpo, no sabía lo
que pasaba. Me extrañó la posición en la que estaba, y más aún
lo primero que vi.
Una
embestida salvaje en mi vagina terminó por despertarme.
Víctor
me violaba sobre la mesa del salón, y yo miraba la lámpara del
techo.
- Ya estás aquí bella durmiente.
Llevo casi una hora dándote besitos para despertarte, por cierto,
eres una desagradecida, tenemos visita y tú, ahí, durmiendo. -
Me susurró al oído como si estuviera despertándome un domingo en
la cama.
Víctor
no cejaba en sus acometidas. Fijó con fuerza mis hombros en la mesa
para que no me moviera. Me atrapó como un buitre agarra su carroña.
Como
pude intente fajarme, como puede intente comprender.
La
blusa hecha jirones, el sujetador subido hasta el cuello, a veces lo
utilizaba de soga y, me apretaba y apretaba. Los vaqueros no estaban
y las bragas me colgaban de un pie. Agarraba con fuerza el bolso que
me pesaba una barbaridad, como si estuviera lleno de hormigón.
La
cara de mi marido estaba desencajada. Bebía ginebra directamente de
la botella, me babeaba el alcohol como si fuera un viejo borracho
vencido por la locura. No paró de penetrarme un segundo, Víctor me
violaba como si yo no fuera nadie para él, parecía su juguete en su
juego más macabro.
Giré
la cabeza, tras de mi, en el sofá, un hombre desnudo esnifaba
cocaína en el cristal de la mesita. Víctor de nuevo se acercó
hasta mis labios, me susurró como un enamorado.
-
¿A dónde ibas con las maletas, es que me dejas, no recuerdas lo que
te dije esta mañana? Eres mía, y si no, de nadie. - Asustada, una
lágrimas vacías saltaron suicidas hasta el suelo.
-
No llores mi amor, que pensará de ti mi amigo. Por cierto ¿te
acuerdas de Toni? Esta tarde quedamos para ir de copas, pero primero
le he invitado a ir de putas. - Me hablaba a la vez que me lamía
los labios y la cara como si fuera un perro sarnoso.
No
sé de donde saqué los tres gramos de fuerza para escupirle a los
ojos, pero lo hice, su cara de susto dibujo una leve sonrisa en mi
rostro. Él me devolvió el envite partiéndome la cara de nuevo con
una bofetada a mano abierta. Un diente se desparramó por la mesa
junto a un cuajo de sangre caliente, la boca y los labios dolían
horrores a cada latido de mi corazón.
Víctor
invitó a su viejo amigo a seguir con su labor. Este arremetía como
un animal enloquecido. Noté como algo dentro de mí se rajaba.
Busqué como pude a mi marido y desde lo más profundo de mi alma le
supliqué que parara.
-
¿Por qué me haces esto? – Fueron las únicas palabras que pude
sacar de una garganta rota y casi asfixiada.
La
impotencia llegó a límite, me dejé llevar vencida. El amigo de
Víctor le hizo una señal, un gesto para que se aproximara junto a
él. Entre mofa, insultos y alcohol, los dos eyacularon a la vez
sobre mi cuerpo, un cuerpo ya derrotado y ensangrentado.
Gracias
a Dios perdí el conocimiento, ese desmayo sin duda fue lo mejor que
me pasó en ese día.
…-
Señora Sáez, hace un instante ha declarado que tanto su marido como
el amigo de éste habían consumido gran cantidad de alcohol y
drogas. En algún momento pensó que esa forma de actuar por parte de
ellos fue causada por la ingesta de estas sustancias.
-
Señoría, Víctor llevaba un tiempo perdido, ofuscado, muy cabreado.
Repetía constantemente que estaba harto, que lo estaban engañando,
que lo iban a despedir del trabajo, que esta crisis, que los pagos,
que, que, que. Que no sabía que excusa poner. Nada lo calmaba, por
nada se contenía, al contrario, si pasaba más tiempo de lo normal
en casa, aparecían los nervios y algo acababa roto. Una tarde,
agarró con fuerza el marco con la foto de nuestra boda y en un gesto
de rabia, se mordió el labio hasta que le sangró, cuando se percató
que sus lágrimas se mezclaban con las gotas de sangre en el cristal
del retrato, lo hizo añicos contra la pared. Salió de la casa a
prisa y corriendo, sin dar ninguna explicación, solo un portazo,
como hacía siempre. Esa tarde fue a la taberna de su antiguo barrio,
Toni, su amigo de cuando era joven, estaba allí, siempre estuvo
allí, como si lo estuviera esperando.
De
nuevo encendieron el fuego de su juventud, lo mandaron todo a la
mierda, como hicieron de jóvenes. Pero ya no eran críos y, ya no
era un juego de adolescente. Eran hombres adultos cabreados con todo
y con todos, dos personas que, no sé por qué, querían ver arder el
mundo.
-
Entonces señora Sáez, ¿por qué tomó la decisión de volver a su
piso? ¿Por qué no pidió ayuda a la policía? Parece que sabía lo
que iba a suceder.
-
No señor juez, ese día empezó mal y terminó peor. Cuando desperté
del desmayo, medio desnuda y ensangrentada, vi que Víctor dormía
sobre la cama y su amigo no estaba. Me puse lo primero que encontré,
salí de aquel horror. Angustiada, en la escalera quise gritar, quise
pedir auxilio, pero el miedo ahogó mi garganta, por nada del mundo
quería despertarlo. Tiritaba, convulsionaba, los fríos del terror
recorrían todo mi cuerpo. Respire hondo y cerré los ojos, quería
pensar. Extrañada comprobé que mi mano agarraba con fuerza el
bolso, era raro, no lo solté en toda la tarde, como si en el
estuviera mi salvación. La mano dolía de tanto apretar, del bolso
saqué un llavero atiborrado, por casualidad tenía la llave de la
terraza del edificio. Ese sería un buen sitio para esconderme
durante un rato, ese sería un buen sitio para encontrar alguna
respuesta lógica a aquel trágico suceso. Nadie, y sobretodo él me
buscaría en ese lugar.
Serían
las once de la noche cuando me senté en la cornisa de la azotea. El
móvil comenzó a sonar cruelmente, era Víctor, una y otra vez, las
llamadas de mi marido sonaban como los chillidos de las hienas cuando
acorralan a su víctima. Miré el móvil con ojos rabiosos y lo
desconecté, me dio ganas de estamparlo contra la acera de la calle,
si aquel maldito aparato hubiese respirado lo hubiera estrangulado.
El
trajín de coches, de luces, de personas minúsculas que pululaban
doce pisos más abajo me distrajeron un poco, mis recuerdos
abandonaban a ratos el salón de mi casa. El frío de las cinco de la
madrugada se asoció fielmente al plan que mi marido había trazado
para mí ese día, ya calaba mis huesos, tuve que abandonar mi
refugio.
Lo
sucedido aquella tarde en mi casa me superó, conecté de nuevo el
teléfono y me dispuse a llamar a la policía, pero saltó el buzón
de voz. “Tiene seis
mensajes nuevos y quince llamadas perdidas”,
todas de él, todas de mí querido marido, todas, del hombre que esa
tarde me violó. Se me paró el corazón al oír sus primeras
palabras en el contestador.
-
Lo siento cariño, soy un desgraciado. No sé lo que me pasó por la
cabeza, te he hecho daño. Sabes que te quiero, vamos ha hablarlo,
déjame explicártelo, por favor mi amor, sin ti no soy nada, no soy
nadie. Te quiero y tú me quieres, deja que te demuestre que ha sido
un error, vuelve. Tú sabes que no soy así, han sido las drogas, ha
sido este Toni, me enciende, me provoca. Sabes que sería incapaz de
hacerte daño, eres lo que más quiero en el mundo y yo sé que me
quieres. Te juro que acabaré con esto de una maldita vez,
me cortaré las venas, me ahorcaré, no sé, me tragaré la puta
lejía si no me perdonas. Vuelve mi amor o acabaré con esta mierda
de vida que tengo.
Otra
vez vomité, otra vez el miedo comenzó a subirme por las piernas
magulladas, miré el teléfono y con unos dedos temblorosos marqué
el 112. Como puede le expliqué lo sucedido, me aconsejaron que no
regresara al piso por nada del mundo, al menos hasta que no llegara
la policía.
De
puntillas pasé por la puerta de mi casa y en un gesto inexplicable
arrimé el oído a la puerta. No se oía nada, un silencio cruel y
atronador, como si en ese salón esa tarde no se hubiesen abierto de
par en par las puertas del infierno.
O
Víctor no estaba, o había cumplido su juramento.
- Señoría quise comprobar que ese mal-nacido se había quitado la vida.
Al
coger de nuevo el llavero toqué la prueba de embarazo que compré
esa mañana, no era el momento, pero seguro que esa era la causa por
la que agarraba con tanta fuerza el bolso. Entré en mi casa como si
fuera un ladrón, ni siquiera respiraba. Mi marido se desparramaba
desnudo en el sofá, sin moverse. El brazo y la pierna colgaban hasta
el suelo, no se movía. En el suelo, junto a su mano inerte, un vaso
vacío y en la mesita, resto de cocaína y un frasco de pastillas
también vacío. No respiraba, me paré un rato y vi que su pecho no
se hinchaba, por fin no se movía. Suspiré aliviada y extrañada,
por una vez en la vida aquel trozo de carne había cumplido su
palabra.
Ya
en la cocina un vaso de agua me consolaba una garganta áspera y
reseca de tanto tragar inmundicias ese día, a la vez marcaba el 091
en el teléfono.
El
brazo de Víctor me agarró con fuerza por la cintura, él estaba a
mi espalda, con el otro brazo me sujetó con violencia a la altura de
mis pechos, incluso apretó un seno hasta que noto mi aliento de
dolor, me atrapó por la espalda como un miserable y me susurró otra
vez al oído como si fuera un marido enamorado.
- Sabía que volverías. Eres mía y de nadie más, y tú lo sabes. ¿Por qué no me quieres como yo te quiero a ti? Tu tienes la culpa de lo que te ha pasado, te lo dije esta mañana, eres mía, y si no, te mato.
Su
mano soltó mi seno pero apretó mis labios, me restregó fuertemente
los dedos por la boca y la cara como si tuviera que olérselos.
Cerré los ojos e intente respirar profundamente, otra vez me había
cogido a traición, otra vez el amor de mi vida me sentenciaba a
muerte al oído. Dejé el teléfono en la encimera, la voz del agente
de policía se oía de fondo. Tenía los ojos cerrados, siempre
cerrados, no quería volver a verle la cara al miedo y al dolor. Él
me abrazaba con fuerza, incluso intentaba besarme el cuello.
Cogí
el cuchillo grande de la carne. Se lo clavé horrorizada por la
barriga y, se lo saqué aliviada y por la garganta.
Cuando
abrí los ojos, Víctor terminó de mover las piernas tirado sobre un
charco de sangre en la cocina de nuestro hogar, sus ojos por fin
estaban vacíos.
-
Señora Sáez, de aquel día rocambolesco han pasado ya casi cinco
meses, ¿qué piensa de lo sucedido?, ¿cómo se siente ahora?
-
Señor Juez, mi cabeza bulle como una olla a presión, voy y vengo a
aquella tarde constantemente. Cuando cierro los ojos me despierto en
mi casa, sobre la mesa del salón, veo como la lámpara se descuelga
del techo como si fueran serpientes rabiosas, no aguanto más de dos
horas dormida por la noche. Paso largos ratos en las duchas de mi
corredor durante el día, me alivia sumergir por completo la cabeza
en el lavabo repleto de agua, allí adentro no se oye nada, no se ve
nada, no pienso en nada, allí adentro estoy protegida, Toni sigue en
la calle, escondido como un mal bicho, esperando a que salga de aquí
para terminar lo que empezó con Víctor. Hay momentos que me
gustaría mandarlo todo a la mierda y acabar con esto de una vez,
pero no puedo, no sería justo.
Señoría
es tremendamente fácil hacerle daño a la persona que quieres. El
amor y el odio caminan juntos amarrados por la cintura, unidos por
un finísimo cordel que se puede hacer mil jirones con un simple mal
gesto o con una mala sensación, pero lo que pasó aquella tarde no
fue un error, no fue un mal entendido, no fue una coincidencia
trágica, aquella tarde era mi vida o la suya.
Dicen
que tenemos lo que nos merecemos, dicen que nosotros solos labramos
nuestro destino y dicen que casi siempre recogemos tempestades. Señor
Juez mi único error fue querer a un hombre, mi único delito en la
vida fue entregarle mi amor a otra persona.
Señoría
espero que desde su posición me explique el por qué de esta
injusticia, de este descalabro, por qué yo realmente no lo sé.
Aunque
si sé una cosa, una cosa que me roe las entrañas y me asfixia poco
a poco, una cosa aún más cruel que lo sucedido aquella tarde en mi
casa. Tengo un nudo en el corazón, señoría como le explico al hijo
que llevo dentro que yo maté al hombre que más he querido en toda
mi vida.
Como
le explico a mi hijo que yo maté a su padre.
Besos y abrazos vecinas y vecinos,
..........y perdón por las faltas de ortografía, esto es un borrador ......