domingo, 28 de octubre de 2012

JUGAMOS VECINOS...!!

Qué tal vecinos, os apetece un juego en esta tarde fría, en esta tarde de enagüillas, de mantas en el sofá, en esta tarde de las primeras lumbres en las chimeneas. Lo dicho vecinos, jugamos.
Antes os debo presentar a una amiga, más bien a su mirada, a su arte. Ana Medina es una compañera en la asociación Lapislázuli literaria, aparte de su gran literatura está desarrollando otro arte, la fotografía. Somos afortunados aquellos que recibimos sus diapositivas, aquellos que nos encontramos dentro de su objetivo. De verdad queridos vecinos estas fotografías tienen mucho sentimiento y mucha fuerza.
Bueno al lío, ya iréis conociendo la obra de esta estupenda artista. El juego.
Consiste en que, yo os mostraré una fotografía de esta amiga, un momento, una sensación. Vosotros, desde el sofá, o desde la silla del ordenador, miraréis la fotografía. Daros 10 o 15 segundos, o tres horas...cerrad los ojos, escribir un titulo de la fotografía, imaginad una historia sobre esa diapositiva, y saborear esta diapositiva. Yo contaré mi visión.

Un saludo y sobretodo....acurrucaros y arrimaros en estas tardes de frío vecinos. 




Preciosa verdad, pensad un titulo:



----------------------------------------------------------------------------------------------------






Comenzó a llover de repente. Extraño, porque las lluvias no se esperaban hasta la noche, pero aquellos aires durante la mañana no auguraban nada bueno.
Amed ese día llevaba dos cajas, por si acaso, una con gorras de marcas deportivas y de equipos de fútbol, y la otra con paraguas. En media hora y bajo los soportales de un gran edificio que hay en la avenida, vendió todos los paraguas.
En aquellos soportales nos aglutinamos casi todos los peatones que en ese momento andábamos por ese sitio de la ciudad. Yo le compré el último paraguas, uno de esos diminutos, plegables, mi orondo cuerpo tiene más diámetro que aquella sombrillita de cóctel, pero bueno el protocolo dice que hay que ir con la cabeza cubierta en caso de lluvia.
Ella llegó hasta el soportal. Empapada, con su melena aplastada sobre la cara y chorreando. Nadie se percibió de su presencia ya que la lluvia en esos momentos jarreaba fuera,  la gente estaba más pendiente de la inclemencia, pero yo si la vi, desde el primer momento, a ella y, a esos largos tacones.
Se quedó estática por unos segundos esperando que el agua escurriera por su cuerpo, miraba al suelo, al charco que se formó junto a sus zapatos de tacón y tuvo la sensación de que no iba terminar de gotear en su vida.
Entonces un par de rayos a poca distancia y un trueno solitario pero sonoro como una bomba, pusieron en marcha  poco a poco a todos los que estábamos allí.
             - vamonos que esto va en serio - decían algunos.
Aquel portal con vistas a una tormenta se fue quedando solo. Tras de mi, Amed con dos gorras sobre su sesera encogía sus hombros y su cara reflejaba asombro. A mi lado una anciana con un perrito en brazos y la incertidumbre en sus ojos, salir a la acera o esperar a ver en que terminaba aquella tragedia natural. Y la chica de los tacones al fin levantó la cara, ese gesto hizo que algunas gotas resbalasen por su cara, la pobre, por un momento parecía que llevara horas llorando desconsolada. Miró a su alrededor, miró a Amed, miró al cielo, miró el reloj, se le escapó una mueca de contrariedad, y se miró las piernas, más aún, el final de sus finas piernas.
Aquellos zapatos, por la mañana, frente al espejo que tiene en su dormitorio, quedaban estupendos, pero ahora, entre aquella tormenta repentina, eran un fastidio.
Yo hice lo mismo, miré donde ella miró para intentar averiguar lo que pasaba por su cabeza. Cada vez me resultaba más bella, así con esa pinta de cigüeña empapada.
De su diminuto bolso sacó un diminuto teléfono móvil, se giró e intentó ocultar la conversación a los pocos que nos encontrábamos allí.
             - eres un cabrón  ̶  se oyó al final de la conversación.
Recuperó la verticalidad, recuperó la compostura, miró al frente pero con la mirada perdida, vacía. Suspiró y, de nuevo miró hacia el suelo.
Por sus mejillas, esta vez, si resbalan lágrimas. Se las quitó de la cara como si fuera lluvia, como si no pasara nada, pero aquellos surcos en su cara, como si fuera un campo recién arado, no se le borraron tan fácilmente.
Sin decir nada me aproximé a ella y le coloqué aquel diminuto paraguas sobre su cabeza.
             - ¿ Me dejas que te ayude?, deja que te acompañe donde tú quieras   ̶   le dije, ojeando incrédulo aquella impenetrable cortina de agua.
Me miró de arriba abajo, miró la lluvia, dirigió su mirada hacia el minúsculo paraguas, y arqueó las  cejas extrañada. Sin más, se agarró a mi cintura y emprendimos el camino bajo aquel diluvio.
Nos enlazados como dos enamorados bajo las cataratas del cielo.
Ella se metió en mi costado, agarraba mi cintura fuertemente y su cara la hundió en mi pecho, como protegiéndose, como descansado, como el que abraza a su peluche en busca de consuelo.
Parece que lo encontró, no dijo nada y hundía su cara cada vez más en mi cuerpo.
Protegí el suyo como pude, pero yo estaba calado hasta los tuétanos. Aquel pequeño paraguas, si acaso, cubría sólo su cabeza ,y yo, como buen caballero, chorreando y rezando para que su destino no fuera muy lejos de allí.
Caminamos durante al menos veinte minutos hasta llegar a su portal.
Me quedé en la puerta. Y me arrastró hasta dentro de un puñado.
                - Al menos te debo un café  ̶   me dijo mientras tiraba de mi escaleras arriba.
Ya, en su sofá, a la vez que me secaba con una toalla comenzó ha hablarme con voz rota y ahogada.
Me contó su malograda vida matrimonial, me habló de su ex marido, el “perfecto abogado de éxito”, qué le quitó su alma, su sombra, hasta la custodia de su hija, aquel malnacido le robó su vida. Sofía habló un buen rato sentada en el sillón mirándose el final de sus piernas, con la angustia en el garganta. Esa mañana asistía a una entrevista de trabajo, pero llegó tarde, y su ex no quiso ayudarla cuando más llovía. Se sentó frente a mi, posó su manos sobre mis rodillas y lentamente comenzó a ascenderlas.
Esa manía mía del honor y la caballerosidad hizo que parara esa situación.
Me estaba despidiendo de Sofía en la puerta, cuando se me abrazó al cuello.
                      ̶  Gracias  ̶    musitó entre lágrimas.
Comenzamos a besarnos, acaricié su espalda, arrimé su cintura contra la mía y besé su cuello. Besé sus labios, sus mejillas. Ella se dejaba hacer.
Mis manos agarraron su cuello y mientras la besaba, apreté su garganta, apreté hasta que noté sus pulsaciones, noté el fluir de la sangre en sus venas, en aquel cuello, limpio, delicado. Y apreté, apreté hasta que sus ojos no miraban hacia ningún lado, sus pupilas se dilataron y se perdieron en la oscuridad. Apreté  hasta que el aire ni entraba ni salía de su cuerpo.
Una lágrima se le escapó en el último gramo de vida. La besé, quise saber el sabor de su última lágrima. Y aquella lágrima sabía a pregunta, sabía a “por qué a mí, por qué yo, qué le hecho yo a la vida”....

Estaba claro, aquellos zapatos debían estar en mi armario....




 

No hay comentarios: