Hoy he visto la tarde a través del cristal, el tiempo está loco. Acabo de guardar las enaguas y el brasero, he sacado bermudas, chanclas y las camisetas de manga corta. Y afuera un viento gélido azota la fachada de mi casa como si lo retara a duelo. La lluvia jarrea a destiempo, en el norte un hilo de sol, al sur rayos y centellas, del este un levante asesino y del oeste vienen vencejos huyendo de inclemencias.
Hoy nada está seguro, esa rutina en la que vivíamos tan a gusto está desapareciendo en un vago recuerdo. Han cambiado nuestros sueños, el martes sabe a jueves y el pan de hoy es de hace cinco minutos, congelado del mes pasado, pero recalentado de hace cinco minutos. Todo cambia, casi todo ya no es lo mismo que ayer. Mis pesadillas son otras, son nuevas y más pesadillas que las de antes. Todo cambia excepto la misa del domingo y la elevación de la prima de riesgo.
Ahora soy consciente de mi forma de vida. Creo que al menos este caminar por estos años me está llevado a una consciencia en la que me empiezo a instalar. Soy consciente de mi doble, o incluso mi triple forma de vivir.
Vivo en ese torrente sanguíneo del día a día entre aceras y alquitrán, pertenezco a ese montón que quiere pasar desapercibido entre el fluir de gentes que miran hacia el suelo constantemente, sin más pretensiones que pasar un día más, y sobre todo sin remordimientos severos que me dejen dormir una noche más, soy otro más, o soy otro menos. Trago saliva para no escupirla. Como todos, miro hacia otro lado, hablo del tiempo para lo bueno o para lo malo y casi siempre me creo lo que me dicen. Otra persona más que se mete las manos en los bolsillos para desaparecer, o al menos, para hacerse invisible.
También vivo mirando de reojo, protestando y clamando al cielo. Suspiro en silencio por la injusticia que hay al mi alrededor, lloro a escondidas, frustrado por no estar acampado junto a los del movimiento 15-M. Maldigo a esos que un día fueron padres, hermanos, tíos, vecinos y hoy no les han importado hundir a todos los que le rodean por el culto al dinero. Esos que por su afán de poder se han vendido al diablo por una miseria, entre los niños hay mas honor que entre los adultos. Esta vida callada en la que las maldiciones y las injusticia me las trago con el café de la mañana, es de todas mis formas de vidas las que más tengo que pulir, y lo sé, ya al menos sé que tengo que empezar a limar mis entrañas, a darle aire a toda esa caja de pandora que tengo dentro de mí, pero también sé que desgraciadamente vivo en una mentira y esta libertad no es tan libre, y tengo que defender mi atalaya en la que vivo con los míos.
Mi vida es una contradicción y estoy convencido de ello, pero igual que la tuya, igual que la de mis vecinos, igual que la del chaval de la gasolinera o la de la chica de la pescadería.
Vivimos en pequeñas mentiras y vivimos bien, buscando la rutina, añorando aquellos sábados mejores.
Pero por suerte tengo un balcón con magnificas vistas, y mi vida cambia, y desde el puedo gritar, bailar, llorar, reír, beber y volver a gritar. Sé que nadie me oye, pero desde mi balcón grito, y desde el les puedo gritar “tontos” a todos aquellos que se aprovechan de la bondad del que tienen a su lado, al final se quedarán solos y no tendrán a nadie que les preste un pañuelo para secar esas lágrimas que la conciencia y el tiempo hacen que se instalen a vivir en sus mejillas arrugadas. Les grito “ineptos” a todos aquellos que sus ojos no ven más allá de la mirilla de su puerta. Y “equivocados” a aquellos vagos, gandules, que se juramentan en no aportar nada, en no hacer nada, en vivir en una constante envidia y en creerse que ellos se lo merecen todo.
Aunque lo mejor de mi balcón es el viento fresco que airea sabanas y geranios. Viento que trae casi siempre buenas nuevas y me llena los pulmones y el corazón de alegrías, de sal y pimienta, de dulce y salado, me susurra al oído secretos y chismes, mentiras y verdades, y trae nanas para que mis niños duerman, y se lleva los malos olores.
La vistas son inmejorables, muchas veces me dan ganas de invitar a esos dirigentes de caras grises y mustias, para que vean la fe que rodea a una enfermera, la apuesta a ganador de la maestra en esos alumnos, las manos callosas con las que abraza a su hijo el agricultor. Desde aquí veo al funcionario que últimamente están breando, con la cabeza gacha, atento a su trabajo y aguantando a ese dos por cierto que pudre el sistema. Veo el logro del científico en sus gafas empañadas de satisfacción. O los brazos al aire del niño buscando a protección de su cuidadora en la guardería después de un susto.
Estimado dirigente, querido poderoso, ¡¡ es que tú no ves lo que ven mis ojos !! como sigas así lo vas ha echar todo a perder.
Procuro, que la tarde o la noche que me asomo al balcón ver el lado lleno del jarrón de rosas que tengo, si no es así, cierro las puertas un par de segundos y vuelvo a respirar, porque también hay días que se me olvida respirar, cómo a ti, cómo a mis vecinos.
Empiezo ha aceptar y asimilar mis vidas, unas más que otras. Tengo que sacar más esa vida que me callo, y sacarla a la calle, al alquitrán. Tengo que luchar más por mis sentimientos, pero al menos, de un tiempo a esta parte, la verdad es parte fundamental de mi vida, aunque mi vida se mueva por varias a la vez.
Un saludo y buenas noches...........
1 comentario:
¿Y por qué no vuelas? Tienes alas y, además, sabes cómo moverlas... ¡pues vuela! Desde arriba, la perspectiva es magnífica; no te la pierdas. ¡Ànimo, primo!
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