lunes, 26 de marzo de 2012

REFLEXIONES Y OTROS CUENTOS

Ayer noche desde el balcón pendiente del olor que traía el viento.  Tenemos un tufo a gaviota últimamente que inunda y encharca pulmones que respiraban libres no hace mucho, y creo que una brisa de rosas y soles nos han aportado ese oxigeno a los demócrata para aguantar cinco minutos más.
Que no se equivoque en el partido socialista, anoche no ganaron, perdieron y mucho. Que se les abra los ojos de una maldita vez. Que hace falta darle la patada a la caja y renovar la sangre y las ganas. Que la derecha gana y ha ganado, no por sus méritos, sino por la decadencia del socialista. Por favor que se dejen de demagogia y cantos al arco iris. Que odio la palabra “GANAR” que esto no es un partido de fútbol, que no es una guerra. Que creo en las palabras “TRABAJO, COMPROMISO, JUSTICIA, IGUALDAD” acrónimos, siglas que se deben de volver a tatuar en el ADN del PSOE pues estos dirigentes se están perdiendo en un limbo burgués, olvidándose de donde proceden y sobre todo, hacia donde deben ir.
Anoche en Andalucía y en Asturias el que ganó, lloró de pena, y el que perdió, lo celebró como una noche de bodas, el mundo al revés.
Me quedo con esa izquierda que salió al rescate de este barco agujereado y zozobrando hacia la deriva. Hay que remar, hay que apostar por los jóvenes y crearle nuevas expectativas y motivaciones, hay que crear y no tener miedo.
Hoy siento que se ha parado un tsunami, pero no sé hasta cuando. El viernes después del día de la huelga general, presentan los presupuestos, hay que tener narices...

Y otros cuentos....

Aquí os dejo el texto que he presentado este mes en mi grupo “LAPISLÁZULI”
“pan duro”, ese era el argumento para este texto. Espero que os guste..


RADIOGRAFIA DE UNA CENA DE VIERNES          wiwi.-

El pan duro no se lo comen ni las palomas. Pero siempre estaba encima de la mesa, como un mal agüero.

El vaso del agua del padre estaba vacío, como el del vino, como el del whisky de las cinco de la madrugada.
Aquel mantel ya no soportaba la hipocresía y se desgarraba en un lamento, pero ella lo remendaba, cosía sietes sobre sietes si era preciso, pero ese mantel vestía la cena de los viernes, porque aquel cacho de tela rematada con un encaje de bolillos al estilo Chantilly, eran los restos de un sueño que nunca se cumplió.

Mamá era de tacón alto, tanto en invierno como en verano, se tragaba las revistas de las vidas de otros, nadaba en las miserias de personajes que vendieron su alma por dos reglones en el papel cuché. El cuchillo era fino, como un estilete, pero con el mango gastado como las tapas de su único par de zapatos.

La hija no cena, se sienta de lado a la mesa como si estuviera en la barra de un bar y se mira el color de las uñas de los pies. Masca chicle constantemente, manía que heredó de su madre, y odia a sus padres más que a nada en el mundo. Su plato es pequeño y llano, como ella, con el dibujo de la “Hello Kity” gastado por el estropajo, como ella, casi invisibles las dos. Esta noche no sabe si romper un vaso de cristal o vestirse de furcia otra vez, al menos oirá las voces de sus padres aunque sea maldiciéndola.

Papá se sienta frente al televisor y la madre en frente de él, para que le vea la cara, para que al menos esos cinco minutos a la semana se miren a los ojos, para fastidiarle. Papá hace ya años que no recuerda el color de los ojos de su mujer y le da igual.
Toca el pan, y siempre está duro, áspero, como su matrimonio.
El padre se quedó en un final de fiesta de principios de los noventa. En aquella época campeaba por la noche como un mayoral por su hacienda. Picaba de flor en flor y alardeaba de ser el mejor cazador de hembras. Era el alma de la fiesta, el gallo del gallinero. Y se topó con la más puta de todas las gallinas. Su cuchillo de la carne no tenía dientes, como él y casi siempre usa un plato hondo, como su barriga. Los veinte años pasaron hacía mucho tiempo y él todavía no se ha querido enterar, aunque el botón de la camisa a la altura del ombligo se lo recuerda cada mañana, ya lleva tiempo sin poder abrocharlo.

La madre gira la cuchara y se mira los dientes, chasquea con la lengua las encías y cree que ese gesto lo hace la gente fina y con clase. Mamá se cree muchas cosas que no son, pero esa es su vida, pretender vivir la vida de los demás. Sus platos ordenados y pulcros, son restos de una vajilla de la cartuja sevillana, que ni corta ni perezosa, limpió y robó de una boda de un primo de su marido. Ahí se compró su par de tacones de vértigo, aunque la boda fuese en el campo, al aire libre, un día de primavera que terminó en tormenta. Ella es así, siempre se unta la manos con áloe vera, no por protección, si no por matar el olor a lejía que desprenden sus manos de limpiadora de hospital.

La cena de los viernes tiene su liturgia especial desde que esa pareja tan adelantada al resto de sus amigos, enseñara esa vida marital de felicidad ficticia. Al par de meses ya era cansina y pedante para los pocos amigos que le quedaban, amigos jóvenes que preferían pasar la noche del viernes entre cañas y bailes y no entre manteles de raso, con encajes de bolillos al estilo Chantilly, y fotos de una luna de miel de cartón piedra.

Una cena de viernes, Jorge, el cuñado de ella, dejó tatuado sobre aquel mantel el epígrafe de aquel matrimonio.

― ¡ Joder es que aquí nadie se preocupa de comprar pan, tiene que ser siempre duro !


Feliz noche, o día, o navidad, o San Valentín, o San Fermin....

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