jueves, 14 de noviembre de 2013

MONEY, MONEY....



Liza Minnelli cantaba eso de “Money, Money...” en la película Cabaret en 1972.

De esta canción se traduce:
El dinero hace que el mundo gire,
el tintineo, un ruido metálico sonido
dinero, Dinero, dinero, dinero,
Dinero, dinero, dinero, dinero,
Obtener un poco, consigue un poco,
Dinero, dinero, dinero, dinero,
Marcos, yenes, un dólar o la libra,
Que tintineo, un ruido metálico sonido sordo
es todo lo que hace girar el mundo,
Se hace girar el mundo

Tan fácil, tan sencillo, tan simple. El dinero hace que el mundo gire. Tan fácil, tan sencillo, tan simple. El dinero hace que nosotros giremos a su antojo.

Hace siete años me dieron un gran consejo y además no me cobraron por ello. En los ojos, en la cara de aquella mujer que me miraba y me hablaba como si sus palabras fueran las últimas que dijera un sentenciado a muerte momentos antes de ser ejecutado, se desprendían la más pura convicción y verdad que jamás haya escuchado nunca.

Momentos antes me pidió que por favor avisara a una enfermera en su ausencia si notaba el más mínimo movimiento de su marido. Me miró, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Enmudeció rápidamente sus llantos con un pañuelo sobre su boca. Y salió de aquel box de la UCI.

No pasaron ni tres minutos, ella regresó y se quedó estática frente a la cama de su marido. Quieta, sin pestañear, casi sin respirar. La mirada fija a una de las maquinas que emitía pitido intermitente pero cruelmente constante. En esos tres minutos de ausencia pareciera que hubiera envejecido siete años.

No sé el tiempo que estuvimos así. Ella mirando impasible a su marido y escuchando aquel sonido constante que se dibujaba en forma de gráfico en una de las maquinas que rodeaban el cabecero donde yacía este. Y yo, yo era espectador de como una persona se deshacía en pedazos por dentro. El escenario de aquel horror era la cara de aquella mujer, aquel gesto que no he visto nunca en otra persona, aquella mirada vacía. Sus ojeras infinitas, donde se perdieron las horas y los días del calendario, los labios sumidos en busca de saliva que suavice el tragar, las manos apretadas, una y otra vez, estrangulando y asfixiando un pañuelo de papel hecho trizas. Allí estaba inmóvil como una hoja caduca antes del primer soplo otoñal.

-Se cae, se desmaya en cualquier momento-, pensé mientras la miraba fijamente.

En un gesto mecánico aquella mujer descubrió la cortina para mostrarme al herido compañero de la UCI.

Del interior de una sabana blanca salían varios tubos trasparentes conectados a botes de sueros colgados en perchas como murciélagos de cristal. Un gran panel sobre el cabecero, con luces, pitidos y fuelles que insuflaban oxigeno asistido. Imposible distinguirle la cara a la persona que estaba allí tendida, un tubo traqueal, la mascarilla, la cabeza vendada.

-Este es mi marido Andrés, y lleva casi cuarenta horas despertándose del coma asistido por las grandes heridas que tenía. Creo que ese maldito remolque se lo ha cargado.

No dije nada, no me salieron las palabras. Estupor, incredulidad. ¿Como podía seguir vivo?

La mujer cerró de nuevo la cortina, y esta vez se quedó a mi lado.

-He visto a tus hijos ahí afuera, son pequeños y se te parecen mucho- me dijo con voz suave, mientras posaba sus manos en mi hombro.

-Por favor no dejes que el dinero te separe de ellos, vive.

Volvió al otro lado de la cortina, junto a su esposo, y ya no la oí decir una palabra nunca más.

Creo que pasé unas treinta horas más allí, consciente, viendo entrar y salir constantemente médicos y enfermeras, con poses dulcificadas, alentándome, protegiéndome, esperando el siguiente infarto, infarto que no se repitió más, afortunadamente.

Me comunicaron que me pasaban a planta, pero en el box de Andrés nadie hablaba, solo colgaban más bolsas de sangre y más sueros de sedantes, solo aquel pitido constante de la maquinas y el fuelle de oxigeno atronaban ese rincón.

Me encaminaba hacia la habitación de la planta. Un celador empujaba desde la cabecera de mi cama, una enfermera me felicitaba. La mujer de Andrés paró en seco la camilla. Me cogió la mano y sentí en mi interior como me repetía aquellas palabras que treinta horas antes me dijo a mi sólo.

Mi mano se aferró a ella cada vez más. Y puede sentir y comprobar todo aquello a lo se refería esa mujer.

Ese apretón de manos me llevó, hasta las cuchillas del remolque del tractor de Andrés, cuchillas que servían para cortar la dura tierra y casi la vida de aquel hombre. También vi la soledad de sus hijos esperando día tras día a su padre. Vi el codazo que todos los sábados y domingos le deba a su marido a las seis de la mañana para que se fuera al campo a trabajar. Vi otra escritura de otro trozo de tierra cada vez más lejos de su hogar, cada vez a más horas de su casa, de sus hijos. Vi como ya no se arreglaba para su marido. Vi como la ropa de trabajo poblaba el tendedero de la terraza. Vi que las navidades acababan antes para ellos, que los demás seguían y Andrés y su familia se retiraban pronto, - “el campo no sabe de fiestas”- esa era la coletilla con la que Andrés se despedía antes de tiempo siempre. Vi como firmaron unas “Preferidas” o algo así, ¡¡ da igual Andrés firma, te lo ha dicho el director de la Caja !! Vi como Andrés no vio crecer a sus hijos, y tampoco tenía claro en que calle vivían ahora. Vi como impasible cambiaba de canal, buscando las noticias del dichoso tiempo, sin pestañear al ser informado que iba a ser abuelo.
En ese apretón de manos vi compadecerse por ese sacrificio de vida con sus ojos ansiosos y envenenados por introducir otra moneda más en la hucha.
Pero también me enseñó las últimas palabras que Andrés le dijo a su mujer antes de entrar en el quirófano. A pesar de la sangre que le brotaba como una fuente por todo su cuerpo. Andrés tuvo arrestos de preguntarle a su mujer .
-¿HA VALIDO LA PENA VIVIR DE ESTA MANERA?, POR FAVOR DIME QUE SI.

Vi como el alma de esta mujer se marchitó en ese momento, como su sombra la abandonaba, y aquella mueca de sonrisa que de vez en cuando le aparecía en la cara, desapareció también.

De aquello han pasado ya siete años, y parece una vida, parece que fue un sueño que tuve.

Cada vez que salgo ha correr por la tardes me contenta imaginar que Andrés acompaña a sus nietos todos los días al colegio. Que se disfrazó de cubilete de parchís en carnavales, y que cambió las tierras por un apartamento en la playa para juntar al menos quince días al año a toda su familia y disfrutar de ellos haga el tiempo que haga.

Pero aquel sueño efímero de hace siete años me despierta cada mañana. Y me hace correr a diario y cuidar este estropeado corazón mio, y estar todas las horas que pueda junto a mis hijos. No tengo patrimonio alguno, tampoco lo tendré. No me preocupa nada. Tengo invertidos todos mis ahorros en las acciones más costosas y más deseadas por todos los mercados financieros, yo soy el mayor accionista en tener todo el tiempo del mundo para mi familia y, para mis amigos y amigas. Y Andrés, por desgracia, tiene el mejor ramo de flores del cementerio.

Como dice la canción....”Money. Money...el dinero hace que el mundo gire, (pero a su antojo)...” 


….......Buenas noches vecinas y vecinos.




domingo, 10 de noviembre de 2013

LA TERCERA MEJILLA




LA TERCERA MEJILLA...

No recuerdo bien donde leí, que:

“EL QUE MENOS PIERDE ES, EL QUE MENOS DA
No le falta razón verdad..!!

Pero me niego a vivir así, con esa excusa pusilánime que nos hace ser menos humanos, y sobretodo, peores personas.

Vivimos dentro del rencor y la envida; en la sospecha continua y en la simple y absurda contradicción con los demás.

Ya no solo basta con vernos nuestro propio ombligo y creernos el puto centro del universo. Ahora buscamos ansiosos el ombligo del que está nuestro lado, para comprobar que está peor que el nuestro, y así aliviarnos en nuestra envenenada existencia. Y si no es así, si su ombligo está tan limpio que da asco verlo, lo llenamos de mierda si es necesario, para con ello satisfacer nuestra enrevesada locura.

No soy persona de vivir postulando protegido desde la barrera. Salgo al coso. ¡¡Frente al tendido 7 cojones!!. Y sé perfectamente que voy hecho un mamarracho vestido de torero. Lo sé y no hace falta que desde la sombra elucubres y te jactes (de mi) de esa persona que se nuestra, que se arriesga y, que en esos momento lo está dando todo por los demás, hasta por ti también, que lo sepas. Se oyen tus susurros, tus “elocuencias”, no ves que son pedos y eructos  lo que sueltas a viva voz . No te enteras que los demás tenemos más vergüenza y más respeto que tú. Y esos triunfos de los que alardeas, esas absurda chanzas y exabruptos sin sentido donde te parapetas. No son mas que otra persona que te deja, otro amigo o amiga que te olvida. Pero hay más gente en mundo que te rodea verdad, un mundo entero que destruir, cierto.

Si, voy hecho un fantoche de banderillero, de domador de pulga, de cuenta cuenta-cuentos, de amigo, de Peter Pan. Lo sé perfectamente y además estoy de acuerdo con ello.

Pero yo al menos siento el albero en mis píes, y huelo la sangre, y el miedo, y procuro arrimarme al envite lo mejor que pueda. Y tú mientras dónde estás. Tú estás justo allí, arriba, en el palo de la bandera, mirando todo con unos prismáticos, a mil kilómetros de estas sensaciones que alimentan las alma. Sensaciones que jamás te podré explicar, porque no son formulas matemáticas, las tienen que sentir, las tienes que vivir. Pero tú todavía no dispones de esa capacidad, y los sabes. Ni te puedes imaginar lo que es un sonrisa de agradecimiento, una lágrima de emoción, un gracias por este momento por este instante.

Los pájaros de mi cabeza los conozco perfectamente, hace tiempo que viven ahí conmigo y, hace tiempo que los dejé volar en libertad. ¡¡Y no quieren irse de mi lado!!, será por algo digo yo.

No quiero vivir sin recibir unos buenos días a cambio de los míos. ¡No!, enteraros. No pasa nada por contestad. Esa actitud nos os hace ni más fuertes ni más inteligentes.

Si no eres capaz de aportar, al menos no interfieras o destruyas, o peor aún, no menosprecies la labor del que si lo hace.

Vivís en una continua critica a los demás para tapar vuestra ineptitud y vuestra incapacidad.

Afortunadamente una cosa sí que sé, y es segura y cierta como que mañana saldrá el sol.

Los corazones y las almas de las personas nobles están hechos y hechas de cicatrices. Y esas cicatrices son fruto de un dolor, de una perdida, de un dar sin recibir nada a cambio. ¡De sentir el albero en nuestros píes!
 
Claro está que el que nada aporta, nada pierde, y tienen impolutos sus corazones y almas. Qué fácil es para esta gente escupir palabras como balas de cañón, que perforan y rompen en un segundo corazas tan fuertes como el amor, la amistad o la bondad, Y sin prejuicio alguno, además con unas convicciones aplastantes. Se creen que todo el mundo está podrido como ellos o ellas. Las hienas actúan igual. Alaban con sus sonrisas farsas la cacería de la leona, y cuando la carroña escasea, una de ellas, la más grácil y sumisa, lidera el ataque mortal contra aquella leona, aquella que estuvo alimentándolas durante un tiempo.

Y aún ha sabiendas que terminarán solos y solas en su penosa existencia, no cejan en su empeño y no paran de echar vinagre en las heridas infligidas. Quieren arrasar todo aquello que tocan como el napalm, porque son pirómanos de la relación humana y de la relación social.

Yo con una simple tirita detengo y paro la hemorragia de mi alma en este momento, y sigo con mi vida, y sigo con mi camino, en busca -seguro- de otra cicatriz.

Pero aquellos que os alimentáis de ese veneno, que sepáis que vuestro antídoto es, más veneno. Y vuestro corazón se os hace cada vez más pequeño, hasta que desaparece en el olvido.

Ahora es tiempo de gachas, de migas en la lumbre, de “cuchará y paso para atrás”.

Pues yo me quedo ahí atrás, poniendo otra tirita nueva en mi alma. Me quedo atrás blandiendo mi cuchara en alto, como si fuera esa espada con la que la juego en mi “País de Nunca Jamás”, pues regreso allí, con mis piratas y con mis indios, a jugar con los niños perdidos. Por un segundo, por vuestra culpa, me olvidé de ese estado, me olvidé de ellos. Y ese olvido reabre una cicatriz que me costó mucho cerrar.

Que os aproveche las migas y tened presente una cosa bien clara: esas vianda, esos torreznos y morcillas, alguien las puso ahí con cariño para que vosotros las disfrutéis.



….que tal vecinos y vecinas. Si, hoy he colgado la bandera pirata en mi balcón, junto a un puñetazo en la mesa. No cuelgo nada desde hace tiempo, y no son por artículos, que los tengo, pues hay y ha habido tela que cortar desde entonces, pero este de hoy es un manotazo o una reprimenda a esos abusones y matonas que van por la vida dando la puta lata sin el más mínimo escrúpulo. Si, tú, y tú y tú también....de que lado lees este escrito.

Y para aquellos que se preguntan por el titulo de esta publicación. Pues bien fácil es. Las escrituras sagradas cristianas nunca hablaron de la “Tercera Mejilla” porque después de ofrecer la segunda mejilla, en la tercera, Jesús, del puñetazo que le dio a ese pesado matón, lo vistió de limpio.


Besos y abrazos.....ya sabéis que tengo para todos y todas, aunque hoy los tengo contados.