Me cuesta
horrores salir de casa y disfrutar con la familia.
No por ganas,
pues bien sabéis que a mí nunca me faltan, y menos si es con mis hijos, y más
si procuro que esa excursión se transforme en aventura, mejor aún. Pero la
cuestión es la de casi todos y la de casi siempre en estos momentos que vivimos:
EL DICHOSO DINERO y lo que vive alrededor de el.
Llevo
navegando por las carreteras de España más de un millón y medio de kilómetros.
Mi vida laboral anterior estuvo relacionada con la representación y el comercio,
y la red comarcal y estatal de carreteras del estado español era mi oficina.
Primero a nivel estatal, autonómico y finalmente provincial.
Muchos son
los kilómetros que tienen mis retinas, muchas son las horas de calle y
carretera las que llevo en los bolsillos de mis pantalones. Disfruto mucho con
el viaje.
Siempre he
dicho que mi profesión frustrada es la de “cuentista en viajes de moto”, pero
la vida, ya la conocemos, es puñetera y casi siempre nos lleva por otros
derroteros. Esto no quita que haya, -y sigo-, disfrutado de cada kilómetro que
me echo por delante. Me encanta, me apasiona el viajar. Vivo como nadie el
viaje, el paisaje, el momento, la música que me acompaña.
Qué viajaba o
viajo sólo, me empapo de ese instante, yo, el coche, la soledad, la banda
sonora. Ese era mi momento. Cuando voy o iba acompañado, intentaba transmitir
ese buen rollismo que me difería el viaje en sí a los que allí estábamos.
Ahora es otro
tiempo, otro momento de la vida en mi vida, mis viajes suelen ser con mi
familia. Mi mujer, mis hijos. Y como buen anfitrión de carretera y viajes,
procuro enseñar a mis hijos las bondades del viaje en sí. Por desgracia, o
afortunadamente, yo no tengo Dvd`s portátiles, ni tablets con sonido sond
round, o mujeres con castañuelas que entretengan a mis hijos en el rato que
dura el viaje. Yo, como soy tan tonto e iluso, creo que los demás van a
disfrutar al igual que yo ese momento intimo que la familia vivimos mientras vamos
de viaje. Para lo bueno y para lo malo, pues todos sabemos que el monte no está
plagado de orégano, y horas en coche más niños pequeños, el resultado nunca es
muy encantador. Pero siempre sacamos la imaginación y procuramos llevar la carretera
y el viaje a buen puerto.
He procurado
enseñarles mis vivencias y sapiencia del sitio por donde pasábamos. He parado
si era menester para enseñarles algo en concreto que a mí en su día me hizo
ilusión y mostrárselo. He advertido el próximo paisaje que se no venían encima.
He intentado enseñarles geografía básica para situarlos en el mundo. Bueno en
España, bueno en Andalucía, bueno vale en la provincia de Jaén….
Siempre
intento transmitirles que lo mejor del viaje no es el destino final, sino el
viaje en sí, ese momento único e intimo que estamos viviendo en ese preciso
momento.
Bajábamos ya
de regreso al principio de este mes de julio desde Valencia a Jaén. Pasamos
unos días en tierras valencianas y la experiencia fue muy agradable y veníamos
contentos de recordar lo buenos momentos en esos días vacacionales. El viaje
ameno, cantando a viva voz canciones de Adele, Coque Malla, AC-DC. Subiendo el impresionante
viaducto de Buñol, admirando de lejos el magnífico circuito de Cheste, las
impresionantes vistas del Embalse de Contreras….LA MANCHA.
Será por mi
devoción a las hazañas y aventuras de D. Alonso de Quijano por aquellas tierras,
será que la he cruzado en todas las horas del día en todas las estaciones del
año, será que he transitado tanto por esas carreteras manchegas que le tengo
una estima especial…..pero.
A La Mancha la han cortado a machete, con una
autovía que viene desde tierras extremeñas hasta enlazar con la autovía de
Madrid-Valencia.
Decenas de
pueblos manchegos se han quedado huérfanos de los habitantes del alquitrán.
Nosotros alimentábamos sus ventas, sus bares, sus municipios, mientras nos alimentábamos
nosotros de su gastronomía. Transitábamos por pueblos míticos y mágicos. Nos ensoñábamos
con la visitas a esas viejas atalayas o ruinas que a lo lejos divisábamos y que
siempre emplazábamos la excursión para otra ocasión, en otro momento donde el
tiempo no nos apremiara. Y cuando hacíamos oídos sordos al segundero del reloj
y a la cuarta vez que pasabas junto aquel viejo castillo en ruinas que nos
guiñaba un ojo a lo lejos, girábamos el volante en su busca. Siempre salíamos
sonriendo de aquella experiencia, acusándonos de no haber hecho esa excursión
antes.
Ahora no,
ahora cruzas el paramo manchego en un golpe de aire acondicionado y a mil por
hora.
Un paisaje
yermo en el mes de julio con el cereal recién cortado, cuatro olivos
desperdigados con sus ramas alborotadas por las constantes ráfagas de viento.
No, la autovía de la Macha no emociona. Dos rectas infinitas que hacen olvidar
Villarobledo, Sisante, San Clemente, Iniesta, Granja de Iniesta, Manzanares,
Almagro, Ruidera….
Las infraestructuras
terrestres no unen pueblos, para nada, esta nueva red de carreteras, red
ferroviaria, aeropuertos sin sentido están aniquilando la razón de ser de
muchas poblaciones. Cuanta más velocidad alcanza el AVE, antes se extingue un
pequeño pueblo agotado de tanto padecer durante años. Las infraestructuras
terrestres están haciendo más ricos a los que más tienen, pero esa canción ya
me lo conozco.
En ese viaje
de regreso, cruzando la Mancha al son de Joaquín Sabina, divisé a lo lejos y a
la margen derecha, una pequeña flota de camiones, coronada la imagen con el
logotipo de una marca de gasolina importante, una “CEPSA” para ser más
explicito. Tumulto de camiones más gasolinera, topicazo del viajante curtido, -
ese debe de ser un buen lugar donde saciar el gaznate, repostar y estirar las
piernas, pensé -.
Por mi acción
o acciones en ese momento, fui el responsable de que cuatro personas al menos
estén aún en las interminables listas del paro.
Me reposté el
vehículo hasta arriba de gasoil con mis manos, no sin antes haber acatado
religiosamente las normas que un señor me dictaba a través de un cristal
antibalas mientras me miraba de arriba abajo como si yo fuera de Al-caeda y
hubiese ido allí para inmolarme en la única gasolinera de la Mancha.
Cómo la
estación de servicio estaba con bastantes usuarios y un solo pez en una pecera
antibalas, hice cola dos veces, una para dejar de fianza mi DNI, pues así se estipula
en el artículo 1000 de las normas de ese
establecimiento: “Si el importe no es exacto el cliente dejará su documentación
personal en fianza mientras reposta el vehículo”. Y otra vez hice cola, para esta
vez sí, pagar el importe del llenado del depósito y recuperar así mi identidad que estaban en manos de un
desconocido dentro de una pecera.
Decidimos
alimentar el estomago en el restaurante de este único establecimiento a decenas
de kilómetros.
No sé cómo ni
por qué, pero otra vez de nuevo estaba en una cola esperando. Yo, pagué los
alimentos media hora antes mientras los pedía a una señorita que ni tan
siquiera me miró a los ojos pues tenía los suyos en el ordenador donde de forma
robotorizada anotaba mi comanda numérica. Habilité, limpié y acondicioné una
mesa para mi familia. Mi mujer al sonido de nuestro pedido por el circuito
sonoro del local, se apresuró a recepcionar toda la comanda que media hora
antes le había relatado en forma de números a esta gentil señorita que nunca
sabré los ojos que tiene. Al menos, el plástico, el papel, los sobrecitos, los
cubiertos de usar y tirar eran de primera calidad, de esos que no se destruyen
en miles de años. La comida se fabricó el mes pasado y en ese momento le dieron
un calentón, o más bien cómo mucho, una irritación. Las patatas bravas no
embistieron en su vida, eran patatas cabestros. El flamenquín se quedó de pie,
altivo, gallardo, ningún cuchillo le pudo hacer ninguna muesca, qué carácter. El
melón de la tierra fue el mejor pepino que me haya comido jamás. Y el café exprés,
fueron dos lágrimas del único camarero que estaba en una barra atiborrada de
montañas de plásticos y embases al que solo se le oía renegar.
Si queridos
vecinos, que bien nos han vendido la moto. No solo le hago el trabajo al dueño de “CEPSA”, que seguramente esté en este momento disfrutando de un flamenquín
tierno y delicioso, que encima por contratar a una sola persona para hacer el
trabajo de cuatro y al precio de medio jornal, me dice y acusa a mí, que yo tengo la
culpa de todo: que he vivido por encima de mis posibilidades, que no aportamos
al movimiento del comercio, que soy el responsable del efecto invernadero y el
calentamiento de la tierra, que no reciclo, que no fomento la cultura
tradicional de nuestros pueblos. Si hombre sí, soy culpable por esta vez de
hacerte el trabajo de tres o cuatro trabajadores que tendrías que haber
contratado. Si hombre si, soy culpable de hacerte más rico aún si cabe, pero
una y no más por mi parte, ya no me pillas en otra amigo.
Lo tengo
claro, yo, la próxima vez ni entro en las autovías, ni en las autopistas.
Tardaré más en llegar, seguro, y qué, el mar lleva miles de años ahí, el tiempo
no pasa por la encina o el olmo en la sierra. Yo soy el que le busca más
minutos al reloj.
Pues no, he
aprendido la lección, voy a procurar enséñales a mis hijos el placer de viajar.
Buenas madrugadas....