Mira ven, mi mesa es la de color azul
“fuerte”.
Me arrastraba la pequeña Beatriz del
dedo hasta situarme frente a una mesa de poca altura pero ancha en su
diámetro.
Bea me presentó uno por unos a los
inquilinos de aquella pequeña mesa, donde pasaban sentados casi un
año coloreando, recortando e intentando meter unas letras enormes y
feas entre unos cuadraditos que cada trimestre se hacían más
pequeñitos y esa tarea era cada vez más difícil.
Ramón Buendía, o “Mon” como ellos
le llaman. Gordito, de piernas cortas y brazos por debajo del culo.
De pelo cobrizo y con el dedo en la nariz todo el rato. Por momentos,
cuando está en el rincón del juego, parece la cría de un
orangután. “Mon” a veces, se queda mirando a la pared y no ve
nada, y no siente nada.
Sara Cañas, o “Sara C” como ellos
la llaman.. Morena, de ojos rajados y pelo corto. Bea, al oído y en
voz baja, me dice que Sara C se parece a Dora exploradora, se pone el
dedo en los labios, nerviosa, - chissst no se lo cuentes a nadie... me
habla en un susurro entre sonrisas.
Sara C lleva cada día una falda o un
pantalón nuevo, y las felpas y cogidos del pelo van a juego con sus
zapatos o deportivas.
Sara C se pasa todo el día sonriendo,
abrazada a la profesora y al monitor de apoyo, pero al medio día,
cuando la recogen, camina triste y con la mirada hacia el suelo.
Juan Antonio Martínez Cano, o Juan
Antonio Martínez Cano como le llaman en la mesa azul “fuerte”.
Delgado, estirado, de nariz aguileña y piel blancuzca, repite su
nombre y apellidos cien veces al día, y su papá nunca sale del
coche cuando viene a recogerlo.
Mario Espinosa, ” Mario” a secas.
La ropa de Mario suele ser siempre la misma. Nunca termina la tarea y
no logra meter las letras en los cuadraditos de la libreta, cuando
se ponen a leer la cartilla, Mario se va al servicio y casi siempre
se pierde la historia de la letra que aprenden ese día. Algunas
veces lo recoge su mamá, pero casi siempre vienen muchos hombres
diferentes y amigas de su madre, que mastican chicle con la boca
abierta y no paran de mandar mensajes en sus teléfonos móviles.
Mario se agarra al cuello de su madre
cuando viene, la besa y no quiere soltarse, pero ella no para de
insultar a la pantalla de su teléfono móvil.
Y Beatriz Sanchez, o “Bea” que así
es como llaman a nuestra pequeña amiga, que un día me imaginó de
amigo y le acompañé a su clase y me presentó a todos los
componentes de su mesa azul “fuerte”. Ella era la única que me
veía, la única que hablaba conmigo, la única que me preguntaba
preguntas de mayores porque no entendía muchas cosas.
“Mon” se pasa todo el día llorando
y mirando a la pared, ¿porqué será?, ¿tú lo sabes?, me pregunta.
“Sara C” siempre está en las
faldas de la profesora, ella es la que enciende y apaga la luz, sube
y baja las persianas, siempre tiene el color rojo y nunca lo presta,
¿porqué será?, ¿tú lo sabes?, me pregunta.
“Juan Antonio Martinez Cano” anda
de mesa en mesa repitiendo su nombre y apellido, empujando y dando
patadas y bocados, nunca juega a nada todo le aburre y no comparte
nada, ¿porqués será?, ¿tú lo sabes?, me pregunta.
“Mario” todavía se chupa el dedo
mientras llora, llama a su madre constantemente, y el chándal del
viernes lo lleva desde el lunes, ¿porqué será?, ¿tú lo sabes?,
me pregunta.
…...al rededor de la mesa azul
“fuerte” hay un mundo, una vida. Pasamos junto a ella sin
mirarla, sin ver lo que sucede en esa mesa azul, sin participar en
ella. A la pequeña Beatriz le podemos contar o contestar de mil
maneras diferentes.
Conjeturas, ficción, chismes, cantos
al sol cómo consejo. Ese es el problema.
Seguramente cada uno/a de vosotros/as,
según ibais leyendo la presentación de cada niño os montabais una
historia, una película de cada vida de ellos. Desafortunadamente en
estos tiempos que corren de etiquetas e imposiciones, esas historias,
esas películas, son desgraciadas, miserables, de terror. Es la
solución a nuestro caos social. Crear y creernos historias más
miserables que nuestra vida, alimentarlas y creérnosla. Así vivimos
mejor, convenciendo a “Bea” que los demás no saben, que ellos
tienen la culpa de todo, y que se apañen, que ellos resuelvan sus
problemas, y los míos por supuesto.
Nunca les preguntamos a los niños.
Miramos a sus padres, a sus madres, de arriba abajo, y los
sentenciamos.
Estáis leyendo esto, y asentís con la
cabeza, y reconocéis estas situaciones, porque esto pasa a diario,
en el colegio, en la cola del mercado, en la sala del centro de
salud, en el bar, en los vestuarios del trabajo. Así hasta el
infinito, en cada momento, en cada apretón de manos cuando conocemos
a otra persona, en esa mirada de una milésima de segundo, antes de
besarse las mejillas cuando te presentan a “esa” mujer.
Vivimos atrapados en un mundo de
etiquetas impuestas.
Bueno vecinas y vecinos, hace tiempo
que no me asomo al balcón, pero es que soy más de frío y escarcha,
y este sol...uff, como calienta.
Después de leer esto, resolverme una
pregunta.
¿Por qué me creo “Bea”?, ¿Por
qué me imaginó?
Buenas noches vecinas y vecinas